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Leia o texto para responder à questão.
Escuela y sociedad:
un vínculo en constante cambio y tensión
La relación entre las instituciones educativas, la comunidad a la que pertenecen y las familias de los alumnos se ha vuelto un gran desafío para docentes y directivos. El diálogo, el trabajo en equipo y las convicciones, claves para superar tensiones.
¿Seguirá siendo la escuela “el segundo hogar”? Esta pregunta pone en cuestión la relación actual entre la sociedad y las instituciones educativas. Negar que los profundos cambios que atraviesa la sociedad, en todos los órdenes, afectan el rol de las instituciones educativas, cualquiera sea su nivel y modalidad, es sencillamente negar la realidad y todos los desafíos y problemas que deben ser enfrentados y resueltos por el sistema educativo. Las evocaciones nostálgicas de las escuelas “de antes”, “los maestros y profesores de antes” son inútiles pretensiones de retrotraer la historia y lo que sucede hoy.
Los distintos sectores sociales ven la escuela con diferentes expectativas, aunque todos ellos reconocen el papel fundamental de su tarea. Con todas las críticas que se puedan hacer a su funcionamiento, actualización de contenidos, métodos didácticos, concepciones pedagógicas, en la conciencia colectiva todavía existe la certeza de que algo bueno y necesario sucede en la escuela.
Desde la expectativa básica de la asistencia y cuidado de los hijos, para aquellas familias en las que los padres trabajan la mayor parte del día (en estos casos la escuela representa un “lugar seguro” donde dejarlos), hasta una gran mayoría que deposita, además, otras ilusiones sobre la escuela, como las de conseguir un mayor desarrollo a todos los niveles en el estudiante. Así, las familias reconocen las posibilidades que la institución escolar ofrece en todos los ámbitos. Esto incluye a los adultos, que ven en la educación la posibilidad de calificar su ingreso a “la sociedad del conocimiento” y poder así acceder a una mejor calidad de vida, cualesquiera sean las circunstancias socioeconómicas existentes.
A pesar de todo lo dicho y precisamente por eso, existe una tensión permanente entre la institución educativa y las expectativas de la sociedad. Esa tensión que de alguna manera constituye un conflicto latente en la relación se puede resolver de distintas maneras.
Alejandra Pontari, con treinta años de experiencia docente como profesora de nivel medio afirma sin dudar: “Las mejores experiencias que he tenido con las familias han sido cuando la escuela invita a participar y da protagonismo a la familia en el funcionamiento de la escuela (sin mezclar las competencias). Las familias han podido sentirse incluidas cuando se les ‘presta el oído’, se las deja opinar o se les explican, incluso, realidades pedagógicas. Organizar a las familias y prestarles un espacio en la escuela es mucho más que citarlas para conversar sobre sus hijos. Es ‘ponerlas a pensar’ sobre el rol que tienen sobre la educación de sus hijos y cómo acompañarlos”.
Finalmente, esa tensión connatural a la tarea de la escuela y su relación con la sociedad encuentra un serio obstáculo en los “contramodelos” culturales vigentes. Ya se sabe que la escuela ha dejado de ser “la única institución que enseña”. Pero lo que los conocimientos y la tecnología jamás podrán reemplazar es la transmisión de valores y sentidos y la construcción del juicio crítico. Y es ahí donde la escuela redescubre su misión. Esto incluye a los propios docentes y directivos quienes, con sus actitudes concretas (algunos lo llaman “curriculum oculto”), definen modelos de vida, criterios deseables en un proceso de humanización y socialización. Es ahí donde esa valoración colectiva de la institución educativa entra en crisis y genera conflictos, en ocasiones duros y frustrantes, con daño a la calidad del necesario vínculo o “contrato educativo escuela-familia”. Solo la templanza y coherencia de los directivos y docentes, el trabajo en equipo, la firmeza en las convicciones y la capacidad de diálogo pueden superar esas pruebas.
(José María Leofanti. https://ciudadnueva.com.ar. 08.03.2019. Adaptado)
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Escuela y sociedad:
un vínculo en constante cambio y tensión
La relación entre las instituciones educativas, la comunidad a la que pertenecen y las familias de los alumnos se ha vuelto un gran desafío para docentes y directivos. El diálogo, el trabajo en equipo y las convicciones, claves para superar tensiones.
¿Seguirá siendo la escuela “el segundo hogar”? Esta pregunta pone en cuestión la relación actual entre la sociedad y las instituciones educativas. Negar que los profundos cambios que atraviesa la sociedad, en todos los órdenes, afectan el rol de las instituciones educativas, cualquiera sea su nivel y modalidad, es sencillamente negar la realidad y todos los desafíos y problemas que deben ser enfrentados y resueltos por el sistema educativo. Las evocaciones nostálgicas de las escuelas “de antes”, “los maestros y profesores de antes” son inútiles pretensiones de retrotraer la historia y lo que sucede hoy.
Los distintos sectores sociales ven la escuela con diferentes expectativas, aunque todos ellos reconocen el papel fundamental de su tarea. Con todas las críticas que se puedan hacer a su funcionamiento, actualización de contenidos, métodos didácticos, concepciones pedagógicas, en la conciencia colectiva todavía existe la certeza de que algo bueno y necesario sucede en la escuela.
Desde la expectativa básica de la asistencia y cuidado de los hijos, para aquellas familias en las que los padres trabajan la mayor parte del día (en estos casos la escuela representa un “lugar seguro” donde dejarlos), hasta una gran mayoría que deposita, además, otras ilusiones sobre la escuela, como las de conseguir un mayor desarrollo a todos los niveles en el estudiante. Así, las familias reconocen las posibilidades que la institución escolar ofrece en todos los ámbitos. Esto incluye a los adultos, que ven en la educación la posibilidad de calificar su ingreso a “la sociedad del conocimiento” y poder así acceder a una mejor calidad de vida, cualesquiera sean las circunstancias socioeconómicas existentes.
A pesar de todo lo dicho y precisamente por eso, existe una tensión permanente entre la institución educativa y las expectativas de la sociedad. Esa tensión que de alguna manera constituye un conflicto latente en la relación se puede resolver de distintas maneras.
Alejandra Pontari, con treinta años de experiencia docente como profesora de nivel medio afirma sin dudar: “Las mejores experiencias que he tenido con las familias han sido cuando la escuela invita a participar y da protagonismo a la familia en el funcionamiento de la escuela (sin mezclar las competencias). Las familias han podido sentirse incluidas cuando se les ‘presta el oído’, se las deja opinar o se les explican, incluso, realidades pedagógicas. Organizar a las familias y prestarles un espacio en la escuela es mucho más que citarlas para conversar sobre sus hijos. Es ‘ponerlas a pensar’ sobre el rol que tienen sobre la educación de sus hijos y cómo acompañarlos”.
Finalmente, esa tensión connatural a la tarea de la escuela y su relación con la sociedad encuentra un serio obstáculo en los “contramodelos” culturales vigentes. Ya se sabe que la escuela ha dejado de ser “la única institución que enseña”. Pero lo que los conocimientos y la tecnología jamás podrán reemplazar es la transmisión de valores y sentidos y la construcción del juicio crítico. Y es ahí donde la escuela redescubre su misión. Esto incluye a los propios docentes y directivos quienes, con sus actitudes concretas (algunos lo llaman “curriculum oculto”), definen modelos de vida, criterios deseables en un proceso de humanización y socialización. Es ahí donde esa valoración colectiva de la institución educativa entra en crisis y genera conflictos, en ocasiones duros y frustrantes, con daño a la calidad del necesario vínculo o “contrato educativo escuela-familia”. Solo la templanza y coherencia de los directivos y docentes, el trabajo en equipo, la firmeza en las convicciones y la capacidad de diálogo pueden superar esas pruebas.
(José María Leofanti. https://ciudadnueva.com.ar. 08.03.2019. Adaptado)
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Escuela y sociedad:
un vínculo en constante cambio y tensión
La relación entre las instituciones educativas, la comunidad a la que pertenecen y las familias de los alumnos se ha vuelto un gran desafío para docentes y directivos. El diálogo, el trabajo en equipo y las convicciones, claves para superar tensiones.
¿Seguirá siendo la escuela “el segundo hogar”? Esta pregunta pone en cuestión la relación actual entre la sociedad y las instituciones educativas. Negar que los profundos cambios que atraviesa la sociedad, en todos los órdenes, afectan el rol de las instituciones educativas, cualquiera sea su nivel y modalidad, es sencillamente negar la realidad y todos los desafíos y problemas que deben ser enfrentados y resueltos por el sistema educativo. Las evocaciones nostálgicas de las escuelas “de antes”, “los maestros y profesores de antes” son inútiles pretensiones de retrotraer la historia y lo que sucede hoy.
Los distintos sectores sociales ven la escuela con diferentes expectativas, aunque todos ellos reconocen el papel fundamental de su tarea. Con todas las críticas que se puedan hacer a su funcionamiento, actualización de contenidos, métodos didácticos, concepciones pedagógicas, en la conciencia colectiva todavía existe la certeza de que algo bueno y necesario sucede en la escuela.
Desde la expectativa básica de la asistencia y cuidado de los hijos, para aquellas familias en las que los padres trabajan la mayor parte del día (en estos casos la escuela representa un “lugar seguro” donde dejarlos), hasta una gran mayoría que deposita, además, otras ilusiones sobre la escuela, como las de conseguir un mayor desarrollo a todos los niveles en el estudiante. Así, las familias reconocen las posibilidades que la institución escolar ofrece en todos los ámbitos. Esto incluye a los adultos, que ven en la educación la posibilidad de calificar su ingreso a “la sociedad del conocimiento” y poder así acceder a una mejor calidad de vida, cualesquiera sean las circunstancias socioeconómicas existentes.
A pesar de todo lo dicho y precisamente por eso, existe una tensión permanente entre la institución educativa y las expectativas de la sociedad. Esa tensión que de alguna manera constituye un conflicto latente en la relación se puede resolver de distintas maneras.
Alejandra Pontari, con treinta años de experiencia docente como profesora de nivel medio afirma sin dudar: “Las mejores experiencias que he tenido con las familias han sido cuando la escuela invita a participar y da protagonismo a la familia en el funcionamiento de la escuela (sin mezclar las competencias). Las familias han podido sentirse incluidas cuando se les ‘presta el oído’, se las deja opinar o se les explican, incluso, realidades pedagógicas. Organizar a las familias y prestarles un espacio en la escuela es mucho más que citarlas para conversar sobre sus hijos. Es ‘ponerlas a pensar’ sobre el rol que tienen sobre la educación de sus hijos y cómo acompañarlos”.
Finalmente, esa tensión connatural a la tarea de la escuela y su relación con la sociedad encuentra un serio obstáculo en los “contramodelos” culturales vigentes. Ya se sabe que la escuela ha dejado de ser “la única institución que enseña”. Pero lo que los conocimientos y la tecnología jamás podrán reemplazar es la transmisión de valores y sentidos y la construcción del juicio crítico. Y es ahí donde la escuela redescubre su misión. Esto incluye a los propios docentes y directivos quienes, con sus actitudes concretas (algunos lo llaman “curriculum oculto”), definen modelos de vida, criterios deseables en un proceso de humanización y socialización. Es ahí donde esa valoración colectiva de la institución educativa entra en crisis y genera conflictos, en ocasiones duros y frustrantes, con daño a la calidad del necesario vínculo o “contrato educativo escuela-familia”. Solo la templanza y coherencia de los directivos y docentes, el trabajo en equipo, la firmeza en las convicciones y la capacidad de diálogo pueden superar esas pruebas.
(José María Leofanti. https://ciudadnueva.com.ar. 08.03.2019. Adaptado)
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Escuela y sociedad:
un vínculo en constante cambio y tensión
La relación entre las instituciones educativas, la comunidad a la que pertenecen y las familias de los alumnos se ha vuelto un gran desafío para docentes y directivos. El diálogo, el trabajo en equipo y las convicciones, claves para superar tensiones.
¿Seguirá siendo la escuela “el segundo hogar”? Esta pregunta pone en cuestión la relación actual entre la sociedad y las instituciones educativas. Negar que los profundos cambios que atraviesa la sociedad, en todos los órdenes, afectan el rol de las instituciones educativas, cualquiera sea su nivel y modalidad, es sencillamente negar la realidad y todos los desafíos y problemas que deben ser enfrentados y resueltos por el sistema educativo. Las evocaciones nostálgicas de las escuelas “de antes”, “los maestros y profesores de antes” son inútiles pretensiones de retrotraer la historia y lo que sucede hoy.
Los distintos sectores sociales ven la escuela con diferentes expectativas, aunque todos ellos reconocen el papel fundamental de su tarea. Con todas las críticas que se puedan hacer a su funcionamiento, actualización de contenidos, métodos didácticos, concepciones pedagógicas, en la conciencia colectiva todavía existe la certeza de que algo bueno y necesario sucede en la escuela.
Desde la expectativa básica de la asistencia y cuidado de los hijos, para aquellas familias en las que los padres trabajan la mayor parte del día (en estos casos la escuela representa un “lugar seguro” donde dejarlos), hasta una gran mayoría que deposita, además, otras ilusiones sobre la escuela, como las de conseguir un mayor desarrollo a todos los niveles en el estudiante. Así, las familias reconocen las posibilidades que la institución escolar ofrece en todos los ámbitos. Esto incluye a los adultos, que ven en la educación la posibilidad de calificar su ingreso a “la sociedad del conocimiento” y poder así acceder a una mejor calidad de vida, cualesquiera sean las circunstancias socioeconómicas existentes.
A pesar de todo lo dicho y precisamente por eso, existe una tensión permanente entre la institución educativa y las expectativas de la sociedad. Esa tensión que de alguna manera constituye un conflicto latente en la relación se puede resolver de distintas maneras.
Alejandra Pontari, con treinta años de experiencia docente como profesora de nivel medio afirma sin dudar: “Las mejores experiencias que he tenido con las familias han sido cuando la escuela invita a participar y da protagonismo a la familia en el funcionamiento de la escuela (sin mezclar las competencias). Las familias han podido sentirse incluidas cuando se les ‘presta el oído’, se las deja opinar o se les explican, incluso, realidades pedagógicas. Organizar a las familias y prestarles un espacio en la escuela es mucho más que citarlas para conversar sobre sus hijos. Es ‘ponerlas a pensar’ sobre el rol que tienen sobre la educación de sus hijos y cómo acompañarlos”.
Finalmente, esa tensión connatural a la tarea de la escuela y su relación con la sociedad encuentra un serio obstáculo en los “contramodelos” culturales vigentes. Ya se sabe que la escuela ha dejado de ser “la única institución que enseña”. Pero lo que los conocimientos y la tecnología jamás podrán reemplazar es la transmisión de valores y sentidos y la construcción del juicio crítico. Y es ahí donde la escuela redescubre su misión. Esto incluye a los propios docentes y directivos quienes, con sus actitudes concretas (algunos lo llaman “curriculum oculto”), definen modelos de vida, criterios deseables en un proceso de humanización y socialización. Es ahí donde esa valoración colectiva de la institución educativa entra en crisis y genera conflictos, en ocasiones duros y frustrantes, con daño a la calidad del necesario vínculo o “contrato educativo escuela-familia”. Solo la templanza y coherencia de los directivos y docentes, el trabajo en equipo, la firmeza en las convicciones y la capacidad de diálogo pueden superar esas pruebas.
(José María Leofanti. https://ciudadnueva.com.ar. 08.03.2019. Adaptado)
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Escuela y sociedad:
un vínculo en constante cambio y tensión
La relación entre las instituciones educativas, la comunidad a la que pertenecen y las familias de los alumnos se ha vuelto un gran desafío para docentes y directivos. El diálogo, el trabajo en equipo y las convicciones, claves para superar tensiones.
¿Seguirá siendo la escuela “el segundo hogar”? Esta pregunta pone en cuestión la relación actual entre la sociedad y las instituciones educativas. Negar que los profundos cambios que atraviesa la sociedad, en todos los órdenes, afectan el rol de las instituciones educativas, cualquiera sea su nivel y modalidad, es sencillamente negar la realidad y todos los desafíos y problemas que deben ser enfrentados y resueltos por el sistema educativo. Las evocaciones nostálgicas de las escuelas “de antes”, “los maestros y profesores de antes” son inútiles pretensiones de retrotraer la historia y lo que sucede hoy.
Los distintos sectores sociales ven la escuela con diferentes expectativas, aunque todos ellos reconocen el papel fundamental de su tarea. Con todas las críticas que se puedan hacer a su funcionamiento, actualización de contenidos, métodos didácticos, concepciones pedagógicas, en la conciencia colectiva todavía existe la certeza de que algo bueno y necesario sucede en la escuela.
Desde la expectativa básica de la asistencia y cuidado de los hijos, para aquellas familias en las que los padres trabajan la mayor parte del día (en estos casos la escuela representa un “lugar seguro” donde dejarlos), hasta una gran mayoría que deposita, además, otras ilusiones sobre la escuela, como las de conseguir un mayor desarrollo a todos los niveles en el estudiante. Así, las familias reconocen las posibilidades que la institución escolar ofrece en todos los ámbitos. Esto incluye a los adultos, que ven en la educación la posibilidad de calificar su ingreso a “la sociedad del conocimiento” y poder así acceder a una mejor calidad de vida, cualesquiera sean las circunstancias socioeconómicas existentes.
A pesar de todo lo dicho y precisamente por eso, existe una tensión permanente entre la institución educativa y las expectativas de la sociedad. Esa tensión que de alguna manera constituye un conflicto latente en la relación se puede resolver de distintas maneras.
Alejandra Pontari, con treinta años de experiencia docente como profesora de nivel medio afirma sin dudar: “Las mejores experiencias que he tenido con las familias han sido cuando la escuela invita a participar y da protagonismo a la familia en el funcionamiento de la escuela (sin mezclar las competencias). Las familias han podido sentirse incluidas cuando se les ‘presta el oído’, se las deja opinar o se les explican, incluso, realidades pedagógicas. Organizar a las familias y prestarles un espacio en la escuela es mucho más que citarlas para conversar sobre sus hijos. Es ‘ponerlas a pensar’ sobre el rol que tienen sobre la educación de sus hijos y cómo acompañarlos”.
Finalmente, esa tensión connatural a la tarea de la escuela y su relación con la sociedad encuentra un serio obstáculo en los “contramodelos” culturales vigentes. Ya se sabe que la escuela ha dejado de ser “la única institución que enseña”. Pero lo que los conocimientos y la tecnología jamás podrán reemplazar es la transmisión de valores y sentidos y la construcción del juicio crítico. Y es ahí donde la escuela redescubre su misión. Esto incluye a los propios docentes y directivos quienes, con sus actitudes concretas (algunos lo llaman “curriculum oculto”), definen modelos de vida, criterios deseables en un proceso de humanización y socialización. Es ahí donde esa valoración colectiva de la institución educativa entra en crisis y genera conflictos, en ocasiones duros y frustrantes, con daño a la calidad del necesario vínculo o “contrato educativo escuela-familia”. Solo la templanza y coherencia de los directivos y docentes, el trabajo en equipo, la firmeza en las convicciones y la capacidad de diálogo pueden superar esas pruebas.
(José María Leofanti. https://ciudadnueva.com.ar. 08.03.2019. Adaptado)
Leia o texto para responder à questão.
Qual é o papel de um museu que conta histórias de vida?
O Museu da Pessoa foi criado em 1991 com o objetivo
de registrar e preservar histórias de vida de todo e qualquer
indivíduo. A ideia é valorizar essas memórias e torná-las uma
fonte de compreensão, conhecimento e conexão entre as
pessoas, dos narradores aos visitantes que a instituição atrai.
O Museu da Pessoa é colaborativo, ou seja, qualquer pessoa pode se voluntariar para contar sua história. Todas as pessoas que se dispõem a falar são entrevistadas por colaboradores da instituição, que durante longas conversas buscam estimular os participantes a lembrar os detalhes de sua trajetória. É possível encontrar nos arquivos histórias de professores, poetas, comerciantes e trabalhadores rurais, de variadas idades e regiões do país.
A curadora e fundadora do Museu da Pessoa, Karen Worcman, teve a ideia de criar a instituição no fim dos anos 1980, quando participou de um projeto de entrevistas com imigrantes no Rio e percebeu que os depoimentos ouvidos ajudavam a contar a história mais ampla do país. Mais de 25 anos depois da fundação do museu, Worcman pensa o mesmo. “A história de cada pessoa é uma perspectiva única sobre a história comum que todos nós vivemos como sociedade”, disse a curadora ao jornal Nexo.
Para Worcman, as narrativas do acervo podem fazer o público do museu não só conhecer a vida de outras pessoas mas também “aprender sobre o mundo e a sociedade com o olhar do outro”. Abertas a outros pontos de vista, as pessoas transformam seu modo de ver o mundo e criam uma sociedade mais justa e igualitária.
(Mariana Vick, Nexo Jornal, 29 de junho de 2020. Adaptado)
Considere os enunciados:
• O Museu da Pessoa possibilita _____ qualquer indivíduo o registro de suas memórias.
• Devido _______ entrevistas realizadas por colaboradores da instituição, é possível encontrar histórias de muitas pessoas, de variadas idades e regiões do país.
• A instituição ________ qual Karen Worcman estava vinculada realizava entrevistas com imigrantes no Rio de Janeiro.
Em conformidade com as considerações de Almeida (2006),
no Dicionário de questões vernáculas, sobre o emprego
do acento indicativo de crase, as lacunas dos enunciados
devem ser preenchidas, respectivamente, com:
Leia o trecho da canção de Gilberto Gil para responder à questão.
Se eu quiser falar com Deus
Se eu quiser falar com Deus
Tenho que ficar a sós
Tenho que apagar a luz
Tenho que calar a voz
Tenho que encontrar a paz
Tenho que folgar os nós
Dos sapatos, da gravata
Dos desejos, dos receios
Tenho que esquecer a data
Tenho que perder a conta
Tenho que ter mãos vazias
Ter a alma e o corpo nus
(www.google.com.br, acesso em 10.07.2020)
Leia o trecho da canção de Gilberto Gil para responder à questão.
Se eu quiser falar com Deus
Se eu quiser falar com Deus
Tenho que ficar a sós
Tenho que apagar a luz
Tenho que calar a voz
Tenho que encontrar a paz
Tenho que folgar os nós
Dos sapatos, da gravata
Dos desejos, dos receios
Tenho que esquecer a data
Tenho que perder a conta
Tenho que ter mãos vazias
Ter a alma e o corpo nus
(www.google.com.br, acesso em 10.07.2020)
O problema é que, passada a pandemia, a elite, hoje solidária, retomará seus afazeres privados, mas nada da duríssima realidade de seus miseráveis compatriotas terá mudado. Assim, a solidariedade ante o padecimento dos desafortunados, embora louvável e necessária, não é suficiente. É preciso que a sociedade, em especial a elite política e econômica, considere inaceitável que a maioria de seus conterrâneos viva apartada daquilo a que chamamos de civilização.
Adentramos o século 21, quando as maravilhas das tecnologias digitais multiplicam o conforto e a sofisticação das sociedades, mas há uma parte significativa dos brasileiros que vive como se ainda estivéssemos no século 19 – sem acesso a equipamentos públicos que a esta altura já deveriam ser universais.
Assim, não se trata mais de uma crise social e sanitária. É uma crise vital. Para enfrentá-la, não basta ser solidário. Está na hora de lutar, para que a sociedade se transforme, de tal maneira que todos os que aqui vivem, sem exceção, sejam afinal tratados com um mínimo de dignidade.
O problema é que, passada a pandemia, a elite, hoje solidária, retomará seus afazeres privados, mas nada da duríssima realidade de seus miseráveis compatriotas terá mudado. Assim, a solidariedade ante o padecimento dos desafortunados, embora louvável e necessária, não é suficiente. É preciso que a sociedade, em especial a elite política e econômica, considere inaceitável que a maioria de seus conterrâneos viva apartada daquilo a que chamamos de civilização.
Adentramos o século 21, quando as maravilhas das tecnologias digitais multiplicam o conforto e a sofisticação das sociedades, mas há uma parte significativa dos brasileiros que vive como se ainda estivéssemos no século 19 – sem acesso a equipamentos públicos que a esta altura já deveriam ser universais.
Assim, não se trata mais de uma crise social e sanitária. É uma crise vital. Para enfrentá-la, não basta ser solidário. Está na hora de lutar, para que a sociedade se transforme, de tal maneira que todos os que aqui vivem, sem exceção, sejam afinal tratados com um mínimo de dignidade.
O problema é que, passada a pandemia, a elite, hoje solidária, retomará seus afazeres privados, mas nada da duríssima realidade de seus miseráveis compatriotas terá mudado. Assim, a solidariedade ante o padecimento dos desafortunados, embora louvável e necessária, não é suficiente. É preciso que a sociedade, em especial a elite política e econômica, considere inaceitável que a maioria de seus conterrâneos viva apartada daquilo a que chamamos de civilização.
Adentramos o século 21, quando as maravilhas das tecnologias digitais multiplicam o conforto e a sofisticação das sociedades, mas há uma parte significativa dos brasileiros que vive como se ainda estivéssemos no século 19 – sem acesso a equipamentos públicos que a esta altura já deveriam ser universais.
Assim, não se trata mais de uma crise social e sanitária. É uma crise vital. Para enfrentá-la, não basta ser solidário. Está na hora de lutar, para que a sociedade se transforme, de tal maneira que todos os que aqui vivem, sem exceção, sejam afinal tratados com um mínimo de dignidade.
É preciso estimular
O problema é que, passada a pandemia, a elite, hoje solidária, retomará seus afazeres privados, mas nada da duríssima realidade de seus miseráveis compatriotas terá mudado. Assim, a solidariedade ante o padecimento dos desafortunados, embora louvável e necessária, não é suficiente. É preciso que a sociedade, em especial a elite política e econômica, considere inaceitável que a maioria de seus conterrâneos viva apartada daquilo a que chamamos de civilização.
Adentramos o século 21, quando as maravilhas das tecnologias digitais multiplicam o conforto e a sofisticação das sociedades, mas há uma parte significativa dos brasileiros que vive como se ainda estivéssemos no século 19 – sem acesso a equipamentos públicos que a esta altura já deveriam ser universais.
Assim, não se trata mais de uma crise social e sanitária. É uma crise vital. Para enfrentá-la, não basta ser solidário. Está na hora de lutar, para que a sociedade se transforme, de tal maneira que todos os que aqui vivem, sem exceção, sejam afinal tratados com um mínimo de dignidade.
O problema é que, passada a pandemia, a elite, hoje solidária, retomará seus afazeres privados, mas nada da duríssima realidade de seus miseráveis compatriotas terá mudado. Assim, a solidariedade ante o padecimento dos desafortunados, embora louvável e necessária, não é suficiente. É preciso que a sociedade, em especial a elite política e econômica, considere inaceitável que a maioria de seus conterrâneos viva apartada daquilo a que chamamos de civilização.
Adentramos o século 21, quando as maravilhas das tecnologias digitais multiplicam o conforto e a sofisticação das sociedades, mas há uma parte significativa dos brasileiros que vive como se ainda estivéssemos no século 19 – sem acesso a equipamentos públicos que a esta altura já deveriam ser universais.
Assim, não se trata mais de uma crise social e sanitária. É uma crise vital. Para enfrentá-la, não basta ser solidário. Está na hora de lutar, para que a sociedade se transforme, de tal maneira que todos os que aqui vivem, sem exceção, sejam afinal tratados com um mínimo de dignidade.
O problema é que, passada a pandemia, a elite, hoje solidária, retomará seus afazeres privados, mas nada da duríssima realidade de seus miseráveis compatriotas terá mudado. Assim, a solidariedade ante o padecimento dos desafortunados, embora louvável e necessária, não é suficiente. É preciso que a sociedade, em especial a elite política e econômica, considere inaceitável que a maioria de seus conterrâneos viva apartada daquilo a que chamamos de civilização.
Adentramos o século 21, quando as maravilhas das tecnologias digitais multiplicam o conforto e a sofisticação das sociedades, mas há uma parte significativa dos brasileiros que vive como se ainda estivéssemos no século 19 – sem acesso a equipamentos públicos que a esta altura já deveriam ser universais.
Assim, não se trata mais de uma crise social e sanitária. É uma crise vital. Para enfrentá-la, não basta ser solidário. Está na hora de lutar, para que a sociedade se transforme, de tal maneira que todos os que aqui vivem, sem exceção, sejam afinal tratados com um mínimo de dignidade.
O problema é que, passada a pandemia, a elite, hoje solidária, retomará seus afazeres privados, mas nada da duríssima realidade de seus miseráveis compatriotas terá mudado. Assim, a solidariedade ante o padecimento dos desafortunados, embora louvável e necessária, não é suficiente. É preciso que a sociedade, em especial a elite política e econômica, considere inaceitável que a maioria de seus conterrâneos viva apartada daquilo a que chamamos de civilização.
Adentramos o século 21, quando as maravilhas das tecnologias digitais multiplicam o conforto e a sofisticação das sociedades, mas há uma parte significativa dos brasileiros que vive como se ainda estivéssemos no século 19 – sem acesso a equipamentos públicos que a esta altura já deveriam ser universais.
Assim, não se trata mais de uma crise social e sanitária. É uma crise vital. Para enfrentá-la, não basta ser solidário. Está na hora de lutar, para que a sociedade se transforme, de tal maneira que todos os que aqui vivem, sem exceção, sejam afinal tratados com um mínimo de dignidade.
Leia o texto para responder à questão:
A tecnologia contra o vírus
Além de confrontar a humanidade, em nível pessoal e
civilizacional, um dos efeitos da pandemia é transportar o
futuro de um horizonte longínquo para o aqui e agora. Com
o confinamento generalizado, a sociedade está sofrendo
um choque de digitalização. Mas enquanto o mundo do
trabalho e o do lazer têm tempo para se adaptar a esse
futuro tornado prematuramente contemporâneo pela força
de um vírus, aqueles que combatem este vírus com tecnologias como inteligência artificial (IA), robótica e big data
precisam acelerar dramaticamente seus procedimentos
para enfrentar a velocidade da sua disseminação. Afinal,
além de permitir a continuidade do trabalho e das relações
sociais, essas tecnologias podem fazer a diferença entre a
vida e a morte no front de batalha.
Segundo a revista especializada em saúde STAT, a IA
está sendo experimentada pelas redes hospitalares para pré-
-examinar e instruir possíveis infectados; identificar pacientes de alto risco para que os médicos possam se antecipar
proativamente; examinar profissionais de saúde na linha de
frente; detectar a covid-19 e diferenciá-la de outras doenças
respiratórias; prever quais quadros irão se deteriorar; rastrear
leitos e equipamentos; acompanhar os pacientes fora do
hospital; detectar a distância altas temperaturas e impedir
que pessoas doentes entrem em espaços públicos; e avaliar
respostas a tratamentos experimentais.
Além disso, a IA pode acelerar a criação de remédios e
vacinas, prever a evolução da epidemia, mensurar o impacto
de políticas públicas e aprimorá-las para nos defender contra
os surtos futuros que com toda probabilidade virão.
Um rastreamento robusto do vírus é decisivo para frear
os primeiros estágios de um surto e será decisivo para as
estratégias de transição da quarentena para as atividades
normais. O procedimento tradicional de rastrear e notificar os
contatos de um infectado é lento, mas pode ser feito instantaneamente através da localização e dos dados dos celulares e
de aplicativos para notificação de resultados positivos.
Em tempos excepcionais, os processos regulatórios
também precisam avançar em condições excepcionais.
Como tudo o mais nesta pandemia, a chave está na agilidade. Assim como os tecnólogos estão acelerando seus
processos de criação e produção de novas máquinas, as
agências reguladoras, autoridades políticas e sociedade
civil precisarão acelerar o processo de deliberação sobre o
que é ou não aceitável. Como em todo avanço científico e
tecnológico, as soluções virão por sucessivas tentativas e
erros. A única atitude inaceitável é não tentar.
(Estadão. Opinião. https://opiniao.estadao.com.br, 20.04.2020. Adaptado)
De acordo com a norma-padrão, as formas verbais que preenchem, respectivamente, as lacunas do enunciado são:
Leia o texto para responder à questão:
A tecnologia contra o vírus
Além de confrontar a humanidade, em nível pessoal e
civilizacional, um dos efeitos da pandemia é transportar o
futuro de um horizonte longínquo para o aqui e agora. Com
o confinamento generalizado, a sociedade está sofrendo
um choque de digitalização. Mas enquanto o mundo do
trabalho e o do lazer têm tempo para se adaptar a esse
futuro tornado prematuramente contemporâneo pela força
de um vírus, aqueles que combatem este vírus com tecnologias como inteligência artificial (IA), robótica e big data
precisam acelerar dramaticamente seus procedimentos
para enfrentar a velocidade da sua disseminação. Afinal,
além de permitir a continuidade do trabalho e das relações
sociais, essas tecnologias podem fazer a diferença entre a
vida e a morte no front de batalha.
Segundo a revista especializada em saúde STAT, a IA
está sendo experimentada pelas redes hospitalares para pré-
-examinar e instruir possíveis infectados; identificar pacientes de alto risco para que os médicos possam se antecipar
proativamente; examinar profissionais de saúde na linha de
frente; detectar a covid-19 e diferenciá-la de outras doenças
respiratórias; prever quais quadros irão se deteriorar; rastrear
leitos e equipamentos; acompanhar os pacientes fora do
hospital; detectar a distância altas temperaturas e impedir
que pessoas doentes entrem em espaços públicos; e avaliar
respostas a tratamentos experimentais.
Além disso, a IA pode acelerar a criação de remédios e
vacinas, prever a evolução da epidemia, mensurar o impacto
de políticas públicas e aprimorá-las para nos defender contra
os surtos futuros que com toda probabilidade virão.
Um rastreamento robusto do vírus é decisivo para frear
os primeiros estágios de um surto e será decisivo para as
estratégias de transição da quarentena para as atividades
normais. O procedimento tradicional de rastrear e notificar os
contatos de um infectado é lento, mas pode ser feito instantaneamente através da localização e dos dados dos celulares e
de aplicativos para notificação de resultados positivos.
Em tempos excepcionais, os processos regulatórios
também precisam avançar em condições excepcionais.
Como tudo o mais nesta pandemia, a chave está na agilidade. Assim como os tecnólogos estão acelerando seus
processos de criação e produção de novas máquinas, as
agências reguladoras, autoridades políticas e sociedade
civil precisarão acelerar o processo de deliberação sobre o
que é ou não aceitável. Como em todo avanço científico e
tecnológico, as soluções virão por sucessivas tentativas e
erros. A única atitude inaceitável é não tentar.
(Estadão. Opinião. https://opiniao.estadao.com.br, 20.04.2020. Adaptado)
(Bechara, 2019)
Com base na explicação, há um complemento nominal corretamente destacado em:
Leia o texto para responder à questão:
A tecnologia contra o vírus
Além de confrontar a humanidade, em nível pessoal e
civilizacional, um dos efeitos da pandemia é transportar o
futuro de um horizonte longínquo para o aqui e agora. Com
o confinamento generalizado, a sociedade está sofrendo
um choque de digitalização. Mas enquanto o mundo do
trabalho e o do lazer têm tempo para se adaptar a esse
futuro tornado prematuramente contemporâneo pela força
de um vírus, aqueles que combatem este vírus com tecnologias como inteligência artificial (IA), robótica e big data
precisam acelerar dramaticamente seus procedimentos
para enfrentar a velocidade da sua disseminação. Afinal,
além de permitir a continuidade do trabalho e das relações
sociais, essas tecnologias podem fazer a diferença entre a
vida e a morte no front de batalha.
Segundo a revista especializada em saúde STAT, a IA
está sendo experimentada pelas redes hospitalares para pré-
-examinar e instruir possíveis infectados; identificar pacientes de alto risco para que os médicos possam se antecipar
proativamente; examinar profissionais de saúde na linha de
frente; detectar a covid-19 e diferenciá-la de outras doenças
respiratórias; prever quais quadros irão se deteriorar; rastrear
leitos e equipamentos; acompanhar os pacientes fora do
hospital; detectar a distância altas temperaturas e impedir
que pessoas doentes entrem em espaços públicos; e avaliar
respostas a tratamentos experimentais.
Além disso, a IA pode acelerar a criação de remédios e
vacinas, prever a evolução da epidemia, mensurar o impacto
de políticas públicas e aprimorá-las para nos defender contra
os surtos futuros que com toda probabilidade virão.
Um rastreamento robusto do vírus é decisivo para frear
os primeiros estágios de um surto e será decisivo para as
estratégias de transição da quarentena para as atividades
normais. O procedimento tradicional de rastrear e notificar os
contatos de um infectado é lento, mas pode ser feito instantaneamente através da localização e dos dados dos celulares e
de aplicativos para notificação de resultados positivos.
Em tempos excepcionais, os processos regulatórios
também precisam avançar em condições excepcionais.
Como tudo o mais nesta pandemia, a chave está na agilidade. Assim como os tecnólogos estão acelerando seus
processos de criação e produção de novas máquinas, as
agências reguladoras, autoridades políticas e sociedade
civil precisarão acelerar o processo de deliberação sobre o
que é ou não aceitável. Como em todo avanço científico e
tecnológico, as soluções virão por sucessivas tentativas e
erros. A única atitude inaceitável é não tentar.
(Estadão. Opinião. https://opiniao.estadao.com.br, 20.04.2020. Adaptado)
Leia o texto para responder à questão:
A tecnologia contra o vírus
Além de confrontar a humanidade, em nível pessoal e
civilizacional, um dos efeitos da pandemia é transportar o
futuro de um horizonte longínquo para o aqui e agora. Com
o confinamento generalizado, a sociedade está sofrendo
um choque de digitalização. Mas enquanto o mundo do
trabalho e o do lazer têm tempo para se adaptar a esse
futuro tornado prematuramente contemporâneo pela força
de um vírus, aqueles que combatem este vírus com tecnologias como inteligência artificial (IA), robótica e big data
precisam acelerar dramaticamente seus procedimentos
para enfrentar a velocidade da sua disseminação. Afinal,
além de permitir a continuidade do trabalho e das relações
sociais, essas tecnologias podem fazer a diferença entre a
vida e a morte no front de batalha.
Segundo a revista especializada em saúde STAT, a IA
está sendo experimentada pelas redes hospitalares para pré-
-examinar e instruir possíveis infectados; identificar pacientes de alto risco para que os médicos possam se antecipar
proativamente; examinar profissionais de saúde na linha de
frente; detectar a covid-19 e diferenciá-la de outras doenças
respiratórias; prever quais quadros irão se deteriorar; rastrear
leitos e equipamentos; acompanhar os pacientes fora do
hospital; detectar a distância altas temperaturas e impedir
que pessoas doentes entrem em espaços públicos; e avaliar
respostas a tratamentos experimentais.
Além disso, a IA pode acelerar a criação de remédios e
vacinas, prever a evolução da epidemia, mensurar o impacto
de políticas públicas e aprimorá-las para nos defender contra
os surtos futuros que com toda probabilidade virão.
Um rastreamento robusto do vírus é decisivo para frear
os primeiros estágios de um surto e será decisivo para as
estratégias de transição da quarentena para as atividades
normais. O procedimento tradicional de rastrear e notificar os
contatos de um infectado é lento, mas pode ser feito instantaneamente através da localização e dos dados dos celulares e
de aplicativos para notificação de resultados positivos.
Em tempos excepcionais, os processos regulatórios
também precisam avançar em condições excepcionais.
Como tudo o mais nesta pandemia, a chave está na agilidade. Assim como os tecnólogos estão acelerando seus
processos de criação e produção de novas máquinas, as
agências reguladoras, autoridades políticas e sociedade
civil precisarão acelerar o processo de deliberação sobre o
que é ou não aceitável. Como em todo avanço científico e
tecnológico, as soluções virão por sucessivas tentativas e
erros. A única atitude inaceitável é não tentar.
(Estadão. Opinião. https://opiniao.estadao.com.br, 20.04.2020. Adaptado)