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Q752855 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

En la vida del perito entrevistado, la política

no le interesa en absoluto, en la actualidad.

Alternativas
Q752854 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito manifiesta actitudes que le llevan a

tener empatía con el otro.


Alternativas
Q752853 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito manifiesta actitudes que le llevan a

encantar.

Alternativas
Q752852 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito manifiesta actitudes que le llevan a

editorializar su ingenio.

Alternativas
Q752851 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito manifiesta actitudes que le llevan a

sintetizar.

Alternativas
Q752850 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El arquitecto

abandonó, a lo largo de su vida, su afinidad con el periodismo.

Alternativas
Q752849 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El arquitecto

no sabe conversar en discusiones que no se ciñan a la arquitectura.

Alternativas
Q752848 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El arquitecto

sabe divulgarse.

Alternativas
Q752847 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El arquitecto

le debe mucho a su trabajo como director de cine.

Alternativas
Q752846 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

Koolhaas, en sus primeros trabajos,

tuvo el periodismo cultural como su gran pasión

Alternativas
Q752845 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

Koolhaas, en sus primeros trabajos,

entrevistó a algún arquitecto.

Alternativas
Q752844 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

Koolhaas, en sus primeros trabajos,

realizó prácticas como informador cultural.

Alternativas
Q752843 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

Koolhaas, en sus primeros trabajos,

demostró un gran interés por conducir vehículos.

Alternativas
Q752842 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito entrevistado, alternativamente, dialoga acerca de

ladrillos.

Alternativas
Q752841 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito entrevistado, alternativamente, dialoga acerca de

sistema de ventilación de algún edificio elevado en alguna ciudad de Oriente Medio.

Alternativas
Q752840 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito entrevistado, alternativamente, dialoga acerca de

alambres y zurcidos.

Alternativas
Q752839 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

El perito entrevistado, alternativamente, dialoga acerca de

alhucemas.

Alternativas
Q752838 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

La apariencia del arquitecto

es la de una persona sensata

Alternativas
Q752837 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

La apariencia del arquitecto

es la de una persona monótona.

Alternativas
Q752836 Espanhol

Texto para la cuestione.

Koolhaas: la lucha del mejor arquitecto del mundo

  Lo ves y sabes que se trata de un tipo duro. Alto. Flaco de huesos por fuera. Los hombros a ratos muy juntos, como generando un check point para proteger la cabeza. Y ésta pelada, bruñida por muchos insomnios y una existencia en aviones, con algunas puntas de pelo cano que le asoman por la rampa de los parietales. A ratos parece un molde de Gargamel, con nariz de pico de quetzal y los ojos azules y listísimos que todo lo cuestionan con ansiedad analítica, apoyados en un sillar de ojeras. Camina impulsado por un cierto vaivén de gigantón que carga la espalda hacia delante. Podría parecer que está totalmente loco. O que es inmensamente cuerdo. O nada de todo esto y sencillamente alguien que piensa de otro modo armando ideas con materiales que nadie sospecha que sirven también para lo que él hace. Representa al arquitecto global de las dos últimas décadas, el teórico más influyente de la arquitectura contemporánea. Camadas de estudiantes lo adoran como a un buda sin grasa y atienden sus desafíos como quien aguarda el Juicio Final. Tiene modales de filósofo que se escapa por las costuras de las teorías y a veces habla de hormigones prensados y otras del espliego, del campo.

  No empezó pensando en cómo levantar edificios emblemáticos, sino que casi aún de arrapiezo las mejores descargas le llegaron ejerciendo el periodismo cultural. Entrevistó a Fellini para el Haagse Post de Ámsterdam, semanario en el que trabajaba. Tenía veintiún años. Poco después publicó otra conversación con Le Corbusier. Considera estas páginas dos de sus ochomiles. Entendía el periódico como una arquitectura. Y lo amaba casi tanto como al cine, que era entonces la otra mitad de su pasión. Formó parte del colectivo 1,2,3 Group, donde Rem Koolhaas especulaba con revoluciones y saltos al vacío junto a cinco amigos. Llegaron a rodar una película, The White Slave, y como guionista casi abre mercado con un trabajo que le contrató el director Russ Meyer, aunque no se llegó a rodar. Algo parecido a un guion de porno blando. Y cuando todo apuntaba con claridad hacia el cine, pegó un volantazo, marchó a Londres y se matriculó en la Architectural Association, donde estudió cinco años. La culpa de abandonar los rodajes por la arquitectura fue de un viaje a Moscú en 1967. Allí descubrió el diseño futurista y la utopía constructiva soviética de la década de los 20. Se le disparó la sangre a la cabeza

  «Sigo siendo un periodista. Es una condición que no he querido ni he podido perder». Lo del periodismo lo repite en la conversación varias veces. Le debe mucho al oficio. Sabe manejar sus propios titulares. Sabe editorializar su talento. Sabe resumir. Sabe encantar. Sabe partirse y negociar la otra mitad. Es un tipo al que la arquitectura le permite enredarse en discusiones complejísimas que trascienden la arquitectura. Ahora la política centra buena parte de sus preocupaciones, las consecuencias del Brexit para Europa y Gran Bretaña, la alarma de que su país, Holanda, asuma el mismo atajo... Y en décimas de segundo habla de la belleza de los tractores computarizados, de las bondades del paisaje, del sistema de ventilación de un rascacielos en el Golfo Pérsico y de la hermosa armonía que da sentido al caos de las megaurbes de Asia.

  «La política es una de mis máximas preocupaciones. Nunca me ha interesado tanto dar forma a algo como saber que ese algo es una manera de intervención en la sociedad. Estamos tan convencidos de que nuestro sistema de valores es el correcto que ya no sabemos acercarnos a otros ámbitos que exigen códigos distintos a los nuestros para entablar una negociación. Hasta ahora no hemos sabido más que pactar con nosotros mismos». En la entrevista no hay cortesías. Todo va rápido y sin rodeos. No es un hombre que entre en la categoría de los inofensivos.

  «A Rem le gusta la incertidumbre. Rem ha cambiado tres veces el horario de su vuelo en esta misma mañana. Rem es impredecible». Son algunas de las frases más repetidas en los quince días previos al encuentro que mantuvo con PAPEL durante su fugaz estancia en España como estrella mundial del IV Congreso Internacional de Arquitectura que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona. «Rem es difícil. Rem no sonríe nunca. Rem, si accede, sólo podrá atenderte diez minutos. Rem. Rem. Rem». Para llegar a Koolhaas hay que aceptar que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Para algo es un exvoto de la ultramodernidad y sabe desplegar la penumbra de los talentos contradictorios. Tiene desde el año 2000 el Premio Pritzker.

El Mundo (con adaptaciones).

La apariencia del arquitecto

denota modales de sabio polivalente.

Alternativas
Respostas
1401: E
1402: C
1403: C
1404: C
1405: C
1406: E
1407: E
1408: C
1409: E
1410: E
1411: C
1412: C
1413: E
1414: E
1415: C
1416: E
1417: C
1418: E
1419: E
1420: C