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Ambigüedades y fracasos de la escuela democrática
Hoy sería de una ingenuidad y un desconocimiento
enormes dejar aquí la caracterización de la escuela
democrática. Podemos decir a partir de las aportaciones de
múltiples autores que la escuela democrática es una realidad
profundamente contradictoria.
La escuela como institución igualitaria que, sin embargo,
reproduce la desigualdad social. La sociología ha mostrado
como la escuela, pese a su discurso y a sus prácticas
igualitaristas, en realidad está facilitando el éxito de tan sólo
una parte de la población.
La escuela como institución respetuosa y garante de la
tolerancia que, sin embargo, inocula actitudes discriminatorias.
La escuela como institución que proclama la necesidad de
un aprendizaje crítico y creativo pero que, sin embargo,
usa medios verbales y memorísticos. Junto a la defensa
de criterios de aprendizaje como la actividad, la crítica o la
creatividad, la escuela ha acaparado también infinidad de
denuncias sobre el carácter jerárquico, pasivo, repetitivo y
alejado de la realidad del aprendizaje que propicia.
Una comunidad democrática debe buscar impulsar
la integración social y la ciudadanía para concretar estas
propuestas, en función de sus circunstancias particulares,
lo cual no es sino otra de las cualidades que debe expresar
toda comunidad democrática: la voluntad de contextualizar
y singularizar la manifestación de las relaciones de afecto,
diálogo y cooperación.
La palabra como experiencia y compromiso
Por otra parte, que los alumnos aprendan a ser
ciudadanos capaces de participar en su entorno social de
acuerdo a valores y criterios morales supone alcanzar distintos
objetivos. Primero, que adquieran un vivo reconocimiento
del valor de la colectividad y que se sientan parte del grupo
donde están insertos. Segundo, que acepten y construyan
normas; es decir, que hayan adquirido un sentido autónomo
de la disciplina que les capacite para reconocer la corrección
de ciertas normas escolares, para mejorarlas si es necesario
y para establecer aquellas normas nuevas capaces de
optimizar la convivencia. Tercero, que desarrollen una fuerte
autonomía de la voluntad que les impida esconderse en
el grupo y que por el contrario les impulse a participar de
acuerdo a sus criterios personales en la buena marcha de
la clase y del centro. Cuarto, que desarrollen el conjunto de
capacidades necesarias para dialogar de modo correcto y
para ser capaces de mantener una actitud reflexiva respecto
de sí mismos y de la comunidad a la que pertenecen. En
último lugar, que adquieran la predisposición a comportarse
de acuerdo a valores tales como el espíritu de iniciativa, la
responsabilidad, la cooperación, la solidaridad, la tolerancia y
la búsqueda de acuerdos.
(Josep Ma Puig Rovira. ¿Cómo hacer escuelas democráticas?
Educação e Pesquisa, São Paulo, v. 26, n. 2, p. 55-59, dic. 2000.
https://bit.ly/33BuUXT. Accedido en 10 jul. 2020. Adaptado)