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Escuela y sociedad:
un vínculo en constante cambio y tensión
La relación entre las instituciones educativas, la comunidad a la que
pertenecen y las familias de los alumnos se ha vuelto un gran desafío
para docentes y directivos. El diálogo, el trabajo en equipo y las
convicciones, claves para superar tensiones.
¿Seguirá siendo la escuela “el segundo hogar”? Esta
pregunta pone en cuestión la relación actual entre la sociedad
y las instituciones educativas. Negar que los profundos
cambios que atraviesa la sociedad, en todos los órdenes,
afectan el rol de las instituciones educativas, cualquiera sea
su nivel y modalidad, es sencillamente negar la realidad y
todos los desafíos y problemas que deben ser enfrentados
y resueltos por el sistema educativo. Las evocaciones
nostálgicas de las escuelas “de antes”, “los maestros y
profesores de antes” son inútiles pretensiones de retrotraer la
historia y lo que sucede hoy.
Los distintos sectores sociales ven la escuela con
diferentes expectativas, aunque todos ellos reconocen el
papel fundamental de su tarea. Con todas las críticas que
se puedan hacer a su funcionamiento, actualización de
contenidos, métodos didácticos, concepciones pedagógicas,
en la conciencia colectiva todavía existe la certeza de que
algo bueno y necesario sucede en la escuela.
Desde la expectativa básica de la asistencia y cuidado de
los hijos, para aquellas familias en las que los padres trabajan
la mayor parte del día (en estos casos la escuela representa
un “lugar seguro” donde dejarlos), hasta una gran mayoría
que deposita, además, otras ilusiones sobre la escuela, como
las de conseguir un mayor desarrollo a todos los niveles en
el estudiante. Así, las familias reconocen las posibilidades
que la institución escolar ofrece en todos los ámbitos. Esto
incluye a los adultos, que ven en la educación la posibilidad
de calificar su ingreso a “la sociedad del conocimiento” y
poder así acceder a una mejor calidad de vida, cualesquiera
sean las circunstancias socioeconómicas existentes.
A pesar de todo lo dicho y precisamente por eso, existe
una tensión permanente entre la institución educativa y las
expectativas de la sociedad. Esa tensión que de alguna
manera constituye un conflicto latente en la relación se puede
resolver de distintas maneras.
Alejandra Pontari, con treinta años de experiencia
docente como profesora de nivel medio afirma sin dudar:
“Las mejores experiencias que he tenido con las familias han
sido cuando la escuela invita a participar y da protagonismo
a la familia en el funcionamiento de la escuela (sin mezclar
las competencias). Las familias han podido sentirse incluidas
cuando se les ‘presta el oído’, se las deja opinar o se les
explican, incluso, realidades pedagógicas. Organizar a las
familias y prestarles un espacio en la escuela es mucho más
que citarlas para conversar sobre sus hijos. Es ‘ponerlas a
pensar’ sobre el rol que tienen sobre la educación de sus
hijos y cómo acompañarlos”.
Finalmente, esa tensión connatural a la tarea de la
escuela y su relación con la sociedad encuentra un serio
obstáculo en los “contramodelos” culturales vigentes. Ya se
sabe que la escuela ha dejado de ser “la única institución que
enseña”. Pero lo que los conocimientos y la tecnología jamás
podrán reemplazar es la transmisión de valores y sentidos y
la construcción del juicio crítico. Y es ahí donde la escuela
redescubre su misión. Esto incluye a los propios docentes y
directivos quienes, con sus actitudes concretas (algunos lo
llaman “curriculum oculto”), definen modelos de vida, criterios
deseables en un proceso de humanización y socialización. Es
ahí donde esa valoración colectiva de la institución educativa
entra en crisis y genera conflictos, en ocasiones duros y
frustrantes, con daño a la calidad del necesario vínculo o
“contrato educativo escuela-familia”. Solo la templanza y
coherencia de los directivos y docentes, el trabajo en equipo,
la firmeza en las convicciones y la capacidad de diálogo
pueden superar esas pruebas.
(José María Leofanti. https://ciudadnueva.com.ar. 08.03.2019. Adaptado)