Questões de Concurso Sobre espanhol
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La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
Atención especial a las necesidades comunicativas de cada alumno. Cada alumno tiene necesidades comunicativas distintas, de modo que deberá aprender funciones y recursos lingüísticos distintos. Cada grupo requiere una programación específica para él. Por ejemplo, es muy diferente enseñar español a un grupo de extranjeros que trabajan en el país, que a un grupo de turistas. Los dos grupos exigen programaciones particulares. En este punto la diferencia entre este enfoque y el de gramática es sustancial. Mientras que en el primero se enseña siempre la misma gramática, sea cual sea el alumno, en el segundo se enseñan y se aprenden funciones diferentes según el destinatario.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
Señale la opción correcta según el texto de arriba.
Varios son los modelos lingüísticos originados de dialectos y registros. La lengua no es monolítica y homogénea, tiene modalidades dialectales y, además, niveles de formalidad y de especificidad variados. Un curso de lengua debe ofrecer modelos lingüísticos variados: un alumno debe poder entender varios dialectos de la misma lengua y, también, dentro del estándar que tiene que dominar productivamente, ha de poder utilizar palabras muy formales y otras más coloquiales. Así, en el terreno de la expresión escrita son muy importantes las variaciones sociolingüísticas debidas al grado de especialización del lenguaje: un alumno que aprende a escribir debe conocer el perfil del destinatario o las características psicosociológicas del receptor del mensaje. — Materiales ¿reales o realistas? Los textos que se utilizan para la clase deben ser reales o, como mínimo, verosímiles. De esta forma se garantiza que lo que se enseña en clase es lo que realmente se utiliza en la calle.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
Teniendo en cuenta el texto de arriba, señale la opción correcta.
Lo más importante de este enfoque es el énfasis en la comunicación o en el uso de la lengua, contraponiéndolo al enfoque gramatical, en el que lo importante es la estructura de la lengua y las reglas de gramática. Esta idea central subyace a todas las demás características, ofreciendo una visión descriptiva de la lengua, opuesta a la visión prescriptiva anterior. Se enseña la lengua tal como la usan los hablantes, con todas sus variaciones, imperfecciones e incorrecciones, y no como debería ser. No se enseña lo que es correcto y lo que es incorrecto, sino lo que realmente se dice en cada situación, sea esto normativo o no, aceptado por la Real Academia de la Lengua o no. Se sustituye el binomio correcto/incorrecto por el de adecuado/inadecuado. De esta forma se tiene en cuenta el contexto lingüístico en que se utiliza el idioma. Una determinada forma gramatical no es correcta o incorrecta per se, según los libros de gramática, sino que es adecuada o inadecuada para una determinada situación comunicativa (un destinatario, un propósito, un contexto, etc.). Por ejemplo, el uso no normativo del leísmo es inaceptable en una situación académica y formal, como en una conferencia o artículo, pero puede ser muy adecuado para un uso coloquial, como en una carta a un familiar.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
De acuerdo con el texto de arriba señale la opción correcta.
En el aula, se enseña la lengua desde este punto de vista. El objetivo de una clase o lección es aprender a realizar una función determinada en la lengua que se aprende. La metodología es muy práctica en un doble sentido: por una parte, el contenido de la clase son los mismos usos de la lengua, tal como se producen en la calle (y no la gramática abstracta que les subyace); por otra, el alumno está constantemente activo en el aula: escucha, lee, habla con los compañeros, practica, etc. Por ejemplo, los alumnos escuchan realizaciones de una función determinada, las comprenden, las repiten y empiezan a practicarlas, de manera que subconscientemente aprenden el léxico y la gramática que aparecen en ellas.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
Señale la opción correcta en relación al texto de arriba.
Los odontólogos, en cada momento de su vida profesional, se ven enfrentados a conflictos de valores, donde la decisión final afectará el bienestar de sus pacientes en forma importante, por lo que se trata de una elección moral. Las conductas morales son aquellas que pueden tener buenas o malas consecuencias y pueden, por lo tanto, ser evaluadas como correctas o erróneas usando un criterio objetivo razonado. La ética es la "ciencia de la moral", es la reflexión filosófica que permite esclarecer y fundamentar acerca de lo bueno y lo malo. Ocasionalmente se produce una confusión entre la noción de ética y ley; ésta se distingue de la ética, y consecuentemente de la moral, en cuanto institución social de reglas de acción obligatorias dictadas por una autoridad formalmente reconocida y con poder de fuerza.
Fuente: Artículo de investigación. Acta bioeth. v.12 n.1 Santiago ene. 2006.
Lea las siguientes aserciones.
I. En diferentes momentos, los odontólogos deben tomar decisiones. Estas son elecciones morales, de modo que influyen en gran medida en sus pacientes.
II. Las conductas morales son pasibles de ser evaluadas como correctas o erróneas por medio de un criterio objetivo razonado.
III. La ética es la ciencia de la moral y, por ser una institución social de reglas de acción, se distingue de la ley.
IV. La ética y sus reglas deben ser obligatoriamente dictadas por una autoridad formalmente reconocida y con poder de fuerza.
A partir del texto se puede afirmar que de las aserciones:
El uso industrial del mercurio ha ocasionado tragedias como la ocurrida en Minamata, Japón en 1953, en la cual los pescadores y las familias que vivían a orillas de la bahía sufrieron los estragos de una enfermedad neurológica.
Fuente: ídem anterior
Se puede afirmar que “en la cual”, resaltado en el texto:
A pesar de que son muchas las evidencias que apuntan a que las amalgamas de mercurio pueden generar efectos dañinos sobre las personas que las poseen, aún se realizan múltiples investigaciones para determinar si el uso de la amalgama en la práctica dental es inocua al paciente.
Fuente: Artículo de investigación Rev Saúde Pública 2003;37(2):266-72.
¿Por cuál de las siguientes combinaciones de conectores podrían ser reemplazados “a pesar de que (…), aún” para que la frase mantenga el mismo sentido?:
Las personas fueron elegidas de forma no probabilística. Sin embargo, la información encontrada da visos del estado de la salud bucal de la población.
Fuente: ídem anterior
Teniendo en cuenta el texto, indique cuál de las siguientes afirmaciones es correcta.
La higiene oral de los habitantes de San Francisco está relacionada con el nivel de estudios de las personas, lo que indica que se deben implementar estrategias educativas que apunten a la promoción de la salud.
Fuente: Artículo de investigación. Rev Nac Odontol. 2016;12(22):23-30.
Indique el referente del pronombre relativo “lo que”.
ZABALA, A.; ARNAU, L. Como aprender y enseñar competencias. 2011. p. 113 – 117.
Eso nos ayuda a saber lo que hacer para que un estudiante realmente consiga desarrollar una competenciasea procedimental, conceptual, factual o actitudinal. En relación a estas características básicas del proceso de aprendizaje de los componentes de las competencias según su tipología, relacione la columna de la izquierda con la derecha:
I. el aprendizaje de los hechos II. el aprendizaje de los conceptos III. el aprendizaje de los procedimientos IV. el aprendizaje de las actitudes
( ) está compuesto por contenidos que están configurados por componentes conductuales (declaraciones de intención y acciones), afectivos (preferencias y sentimientos), y cognitivos (creencias y conocimientos). ( ) es un conjunto de acciones ordenadas y finalizadas, es decir, dirigidas a la consecución de un objetivo. Ejemplos de contenidos de este proceso de aprendizaje: pinchar, clasificar, dibujar, leer, calcular, etc. A grandes rasgos podemos decir que tales contenidos se aprenden mediante un proceso de ejercitación tutelada y reflexiva a partir de modelos expertos. ( ) son contenidos de aprendizaje de carácter abstracto que exigen la comprensión. Se trata de actividades complejas que promueven un verdadero proceso de elaboración y construcción personal, es decir, que favorezcan la comprensión de este tipo de proceso de aprendizaje a fin de utilizarlo para la interpretación, el conocimiento de situaciones, o la construcción de otras ideas. Algunos ejemplos de este tipo de aprendizaje son: densidad, demografía, sujeto, nepotismo, romanticismo, etc. ( ) se define como contenidos de aprendizaje singulares, de carácter descriptivo y concreto. En esta categoría encontramos: obras de arte, nombres, política mundial, etc. Estos contenidos son fundamentales, ya que a menudo son necesarios para poder comprender la mayoría de informaciones y problemas que surgen en la vida profesional y cotidiana.
La secuencia correcta, de arriba para abajo, es:
I. Espírito de emprendimiento que excluya la creatividad. II. Tiempo disponible para dedicarse a los análisis, revisiones y sesiones de prácticas con ese material por parte de otros profesores que estén comprometidos en su utilización. III. Perseverancia en las metas de desembolso de las unidades y del afinamiento o perfeccionamiento del proyecto a lo largo de los años hasta que se concluya que el Material Didáctico encerró su trayectoria por agotamiento de sus bases y potencial. IV. Buena capacidad teórica en reconocer pocos tipos de materiales requeridos en el andamiento del curso y a que propósito sirven. V. Gran capacidad reflexiva para hacer crecer el material didáctico en el atendimiento de cualquieras demandas generalizadas a todos los tipos de público.
Están correctas, solamente:
(PRATI, S. La evaluación en español lengua extranjera: elaboración de exámenes. 2007. p. 13 - 18).
Sobre las seis características que componen la “utilidad de un examen”, relacionen la columna de la izquierda con la derecha:
I. confiabilidad II. validez de constructo III. autenticidad IV. interactividad V. factibilidad VI. impacto
( ) Mide lo que se pretende medir, más allá de poder interpretar los resultados como indicadores de las habilidades o del constructo que se quiere evaluar. ( ) Consistencia en los resultados de un examen en relación a la medición de una habilidad o de un constructo. ( ) La influencia puede ocurrir al nivel de la sociedad, de los sistemas educativos y de los individuos. ( ) El modo en que las características y habilidades del estudiante se relacionan con la tarea examinada. ( ) El grado de correspondencia o de nivel entre la utilización de la lengua meta y las características de las actividades del examen. ( ) Relación entre los recursos (económicos, humanos, estructurales y académicos) que se necesitan para el uso, desarrollo y diseño del examen y la disponibilidad de los mismos.
La secuencia correcta, de arriba para abajo, es: