Questões de Concurso
Sobre interpretação de texto | comprensión de lectura em espanhol
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La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
La bahía (fragmento)
Yo casi no tuve infancia metropolitana.
Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos días me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas — cada segundo desplazadas —, el clima versátil del país, el viento animal. Mi padre era un cirujano de hospital; mi madre una mujer suave, sal de la tierra en su bondad tranquila. Los dos laboriosos y tan honestos de naturaleza que en ellos vi salvarse siempre algo del general naufragio humano.
Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era, para mis sustos, lobo; para mi deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblados, trabajando en la carne triste. Su mano enérgica no recogía prebenda; si había qué cobrar, tomaba; si había que dar, daba; a los doce años comencé a saber lo que significaba aquel afluir de gente pobre a su consultorio; venían a mirarlo en silencio y a confiarse a él; a veces traían unas aves, otras no traían nada, sino ese confiar penoso, esa entrega llena de triste esperanza. En aquella casa donde se había dicho adiós al oro, las puertas estaban abiertas durante el día y los que no venían a buscar cura venían a buscar consejo.
El árido tiempo del sur apretaba en su garra la bahía. Durante jornadas y jornadas, sólo se escuchaba en la ciudad el ruido del fuerte viento y el rumor de las dunas al desplazar las arenas. Sólo un operoso trabajo podía distraer a los hombres de persistentes acrimonias en la fría ciudad atlántica. Era terriblemente difícil vivir en aquel clima rígido y sin consolación.
Ni una pradera en torno a la ciudad; ni colores, ni sol, durante días y días, sino la piedra gris, el viento gris, la arena gris; la atmósfera hosca, las tardes interminables, las noches repentinas y profundas. A veces una lluvia fina, luego otra vez el viento, la niebla, el polvo que castigaba furiosamente los ojos viniendo de los médanos. En el nocturno carruaje regresaba mi padre de ver sus enfermos. El calor de las estufas y la luz de las lámparas nos guardaban a la familia toda en su calor, mientras fuera soplaba la tormenta.
Mis padres y mi hermano leían; yo levantaba de pronto una cortina, pegaba mi nariz al vidrio, miraba la noche exterior. Todo me parecía poblado de monstruos imaginarios. Y cuando alguien reía en aquella casa, parecía responder desde afuera un eco cínico. ¡No era, no, la vida suave para este médico de provincia! Estábamos en pleno desierto. No se podía habitar allí sin sacrificio; toda cosa viva pertenecía, en aquellas latitudes, al páramo, al viento, a la arena.
Eduardo Mallea. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, S.A., 1962, p. 141-2. (con adaptaciones).
Atención especial a las necesidades comunicativas de cada alumno. Cada alumno tiene necesidades comunicativas distintas, de modo que deberá aprender funciones y recursos lingüísticos distintos. Cada grupo requiere una programación específica para él. Por ejemplo, es muy diferente enseñar español a un grupo de extranjeros que trabajan en el país, que a un grupo de turistas. Los dos grupos exigen programaciones particulares. En este punto la diferencia entre este enfoque y el de gramática es sustancial. Mientras que en el primero se enseña siempre la misma gramática, sea cual sea el alumno, en el segundo se enseñan y se aprenden funciones diferentes según el destinatario.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
Señale la opción correcta según el texto de arriba.
Varios son los modelos lingüísticos originados de dialectos y registros. La lengua no es monolítica y homogénea, tiene modalidades dialectales y, además, niveles de formalidad y de especificidad variados. Un curso de lengua debe ofrecer modelos lingüísticos variados: un alumno debe poder entender varios dialectos de la misma lengua y, también, dentro del estándar que tiene que dominar productivamente, ha de poder utilizar palabras muy formales y otras más coloquiales. Así, en el terreno de la expresión escrita son muy importantes las variaciones sociolingüísticas debidas al grado de especialización del lenguaje: un alumno que aprende a escribir debe conocer el perfil del destinatario o las características psicosociológicas del receptor del mensaje. — Materiales ¿reales o realistas? Los textos que se utilizan para la clase deben ser reales o, como mínimo, verosímiles. De esta forma se garantiza que lo que se enseña en clase es lo que realmente se utiliza en la calle.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
Teniendo en cuenta el texto de arriba, señale la opción correcta.
Lo más importante de este enfoque es el énfasis en la comunicación o en el uso de la lengua, contraponiéndolo al enfoque gramatical, en el que lo importante es la estructura de la lengua y las reglas de gramática. Esta idea central subyace a todas las demás características, ofreciendo una visión descriptiva de la lengua, opuesta a la visión prescriptiva anterior. Se enseña la lengua tal como la usan los hablantes, con todas sus variaciones, imperfecciones e incorrecciones, y no como debería ser. No se enseña lo que es correcto y lo que es incorrecto, sino lo que realmente se dice en cada situación, sea esto normativo o no, aceptado por la Real Academia de la Lengua o no. Se sustituye el binomio correcto/incorrecto por el de adecuado/inadecuado. De esta forma se tiene en cuenta el contexto lingüístico en que se utiliza el idioma. Una determinada forma gramatical no es correcta o incorrecta per se, según los libros de gramática, sino que es adecuada o inadecuada para una determinada situación comunicativa (un destinatario, un propósito, un contexto, etc.). Por ejemplo, el uso no normativo del leísmo es inaceptable en una situación académica y formal, como en una conferencia o artículo, pero puede ser muy adecuado para un uso coloquial, como en una carta a un familiar.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
De acuerdo con el texto de arriba señale la opción correcta.
En el aula, se enseña la lengua desde este punto de vista. El objetivo de una clase o lección es aprender a realizar una función determinada en la lengua que se aprende. La metodología es muy práctica en un doble sentido: por una parte, el contenido de la clase son los mismos usos de la lengua, tal como se producen en la calle (y no la gramática abstracta que les subyace); por otra, el alumno está constantemente activo en el aula: escucha, lee, habla con los compañeros, practica, etc. Por ejemplo, los alumnos escuchan realizaciones de una función determinada, las comprenden, las repiten y empiezan a practicarlas, de manera que subconscientemente aprenden el léxico y la gramática que aparecen en ellas.
Internet: ‹www.upf.edu› (con adaptaciones).
Señale la opción correcta en relación al texto de arriba.
Los odontólogos, en cada momento de su vida profesional, se ven enfrentados a conflictos de valores, donde la decisión final afectará el bienestar de sus pacientes en forma importante, por lo que se trata de una elección moral. Las conductas morales son aquellas que pueden tener buenas o malas consecuencias y pueden, por lo tanto, ser evaluadas como correctas o erróneas usando un criterio objetivo razonado. La ética es la "ciencia de la moral", es la reflexión filosófica que permite esclarecer y fundamentar acerca de lo bueno y lo malo. Ocasionalmente se produce una confusión entre la noción de ética y ley; ésta se distingue de la ética, y consecuentemente de la moral, en cuanto institución social de reglas de acción obligatorias dictadas por una autoridad formalmente reconocida y con poder de fuerza.
Fuente: Artículo de investigación. Acta bioeth. v.12 n.1 Santiago ene. 2006.
Lea las siguientes aserciones.
I. En diferentes momentos, los odontólogos deben tomar decisiones. Estas son elecciones morales, de modo que influyen en gran medida en sus pacientes.
II. Las conductas morales son pasibles de ser evaluadas como correctas o erróneas por medio de un criterio objetivo razonado.
III. La ética es la ciencia de la moral y, por ser una institución social de reglas de acción, se distingue de la ley.
IV. La ética y sus reglas deben ser obligatoriamente dictadas por una autoridad formalmente reconocida y con poder de fuerza.
A partir del texto se puede afirmar que de las aserciones:
El uso industrial del mercurio ha ocasionado tragedias como la ocurrida en Minamata, Japón en 1953, en la cual los pescadores y las familias que vivían a orillas de la bahía sufrieron los estragos de una enfermedad neurológica.
Fuente: ídem anterior
Se puede afirmar que “en la cual”, resaltado en el texto:
Las personas fueron elegidas de forma no probabilística. Sin embargo, la información encontrada da visos del estado de la salud bucal de la población.
Fuente: ídem anterior
Teniendo en cuenta el texto, indique cuál de las siguientes afirmaciones es correcta.
ZABALA, A.; ARNAU, L. Como aprender y enseñar competencias. 2011. p. 113 – 117.
Eso nos ayuda a saber lo que hacer para que un estudiante realmente consiga desarrollar una competenciasea procedimental, conceptual, factual o actitudinal. En relación a estas características básicas del proceso de aprendizaje de los componentes de las competencias según su tipología, relacione la columna de la izquierda con la derecha:
I. el aprendizaje de los hechos II. el aprendizaje de los conceptos III. el aprendizaje de los procedimientos IV. el aprendizaje de las actitudes
( ) está compuesto por contenidos que están configurados por componentes conductuales (declaraciones de intención y acciones), afectivos (preferencias y sentimientos), y cognitivos (creencias y conocimientos). ( ) es un conjunto de acciones ordenadas y finalizadas, es decir, dirigidas a la consecución de un objetivo. Ejemplos de contenidos de este proceso de aprendizaje: pinchar, clasificar, dibujar, leer, calcular, etc. A grandes rasgos podemos decir que tales contenidos se aprenden mediante un proceso de ejercitación tutelada y reflexiva a partir de modelos expertos. ( ) son contenidos de aprendizaje de carácter abstracto que exigen la comprensión. Se trata de actividades complejas que promueven un verdadero proceso de elaboración y construcción personal, es decir, que favorezcan la comprensión de este tipo de proceso de aprendizaje a fin de utilizarlo para la interpretación, el conocimiento de situaciones, o la construcción de otras ideas. Algunos ejemplos de este tipo de aprendizaje son: densidad, demografía, sujeto, nepotismo, romanticismo, etc. ( ) se define como contenidos de aprendizaje singulares, de carácter descriptivo y concreto. En esta categoría encontramos: obras de arte, nombres, política mundial, etc. Estos contenidos son fundamentales, ya que a menudo son necesarios para poder comprender la mayoría de informaciones y problemas que surgen en la vida profesional y cotidiana.
La secuencia correcta, de arriba para abajo, es:
I. Espírito de emprendimiento que excluya la creatividad. II. Tiempo disponible para dedicarse a los análisis, revisiones y sesiones de prácticas con ese material por parte de otros profesores que estén comprometidos en su utilización. III. Perseverancia en las metas de desembolso de las unidades y del afinamiento o perfeccionamiento del proyecto a lo largo de los años hasta que se concluya que el Material Didáctico encerró su trayectoria por agotamiento de sus bases y potencial. IV. Buena capacidad teórica en reconocer pocos tipos de materiales requeridos en el andamiento del curso y a que propósito sirven. V. Gran capacidad reflexiva para hacer crecer el material didáctico en el atendimiento de cualquieras demandas generalizadas a todos los tipos de público.
Están correctas, solamente:
(PRATI, S. La evaluación en español lengua extranjera: elaboración de exámenes. 2007. p. 13 - 18).
Sobre las seis características que componen la “utilidad de un examen”, relacionen la columna de la izquierda con la derecha:
I. confiabilidad II. validez de constructo III. autenticidad IV. interactividad V. factibilidad VI. impacto
( ) Mide lo que se pretende medir, más allá de poder interpretar los resultados como indicadores de las habilidades o del constructo que se quiere evaluar. ( ) Consistencia en los resultados de un examen en relación a la medición de una habilidad o de un constructo. ( ) La influencia puede ocurrir al nivel de la sociedad, de los sistemas educativos y de los individuos. ( ) El modo en que las características y habilidades del estudiante se relacionan con la tarea examinada. ( ) El grado de correspondencia o de nivel entre la utilización de la lengua meta y las características de las actividades del examen. ( ) Relación entre los recursos (económicos, humanos, estructurales y académicos) que se necesitan para el uso, desarrollo y diseño del examen y la disponibilidad de los mismos.
La secuencia correcta, de arriba para abajo, es:
I. Se margina sustancialmente la organización racional del contenido enseñado. II. Sólo en muy contados casos se tiene parcialmente en cuenta los sentimientos o el contexto afectivo de los estudiantes. III. Se desregula también el método de enseñanza, posibilitando, por tanto, la adaptación del método al estudiante. IV. Promueve las relaciones sociales y evita el aislamiento individual ofreciendo materiales lingüísticos que requieren intercambio de información y favorecen la discusión de ideas. V. Es racionalista y se cifra en el desarrollo de la capacidad cognitiva, dejando de lado otros componentes y facetas propias del ser humano.
Está(n) correcta(s), solamente:
TEXTO 6
EL ROTO: “INTERNET ES UN RÍO RÁPIDO PERO SIN PROFUNDIDAD”
El dibujante alerta en su nuevo libro del "chorro de desinformación de los medios audiovisuales"
"Le tengo especial fobia a la tele por la forma en que es utilizada". El dibujante Andrés Rábago, El Roto (Madrid, 1947), referencia diaria en las páginas de Opinión de EL PAÍS, vuelve al ataque con un nuevo libro, Camarón que se duerme (se lo lleva la corriente de opinión), que lanza mañana jueves la editorial Literatura Mondadori y que reúne 105 viñetas de los últimos tres años en las que se apunta, sobre todo, "a la manipulación informativa y la disolución de la opinión crítica".
Este libro sigue la estela del publicado hace ahora un año, Viñetas para una crisis, en el que El Roto metía su bisturí en el pútrido absceso de la recesión económica. Ahora le ha tocado "a los medios", sobre todo a la televisión, "un aparato que cuando lo conectas, desconectas tu conciencia crítica" y, anuncia, habrá más publicaciones, que serán sobre la educación y el medio ambiente, "temas relevantes de esta crisis".
En el caso de los medios audiovisuales, "más que de información, son de manipulación, especialmente agresivos, y ante eso hay poca capacidad para poner una barrera que lo impida", dice por teléfono Rábago, "lector de prensa, que no de Internet", por eso, cuando quiere enterarse "de algo" recurre al papel. El viñetista considera la Red como "un río rápido, en el que las noticias cambian constantemente, pero sin ninguna profundidad".
A El Roto le preocupa especialmente cómo se percibe la realidad y quién decide aquello de lo que hay que enterarse, una idea que sintetiza en dibujos como el que muestra a un ojo con gafas que dice "¡Qué curioso! Cada vez resulta más difícil de ver lo que está a la vista". Una situación provocada porque, según Rábago, hay "una corriente de opinión dominante que, cuando intentas nadar en contra, es imposible". Así, "cegados y ensordecidos por los medios audiovisuales, resulta necesario apartarse de esa corriente y echar una mano a aquellos que arrastrados por las enloquecidas aguas, pidan ayuda", asevera El Roto en el prólogo del libro.
Con sus dibujos satíricos que en la web de EL PAÍS figuran casi a diario entre lo más visto, Rábago "intenta alertar al lector para que reciba la información de forma crítica". "Soy como un sistema de alarma".
Tertulianos
En las viñetas seleccionadas para su libro también hay espacio para fustigar a esos tertulianos "que nos dicen a quién odiar". "Tenemos una necesidad de canalizar nuestras frustraciones y con ese odio se nos elimina la obligación de conocer mejor las cosas". Traducida en viñeta, esta idea la dibuja con un individuo que tiene unos auriculares y dice: "Yo odio de oídas".
Al pasar las páginas de Camarón que se duerme... queda una visión de la realidad como un puro
desconcierto y aunque Rábago huye de cualquier definición de su trabajo que le etiquete en el campo del
humor, es imposible no esbozar una sonrisa al ver dibujos como el del espejo que dice: "A los poderosos
nunca les parece que les reflejes bien".
MORALES, Manuel. El Roto: “internet es un río rápido pero sin profundidad”. El País. Disponível em:
En relación a las funciones/papeles fundamentales, el docente de español con fin específico:
I. debe tener una sólida formación que deriva de la competencia lingüística y del conocimiento de los principios pedagógicos de la enseñanza del español como lengua extranjera. II. no tiene que responsabilizarse por el diseño del curso y de su administración. III. seleccionar materiales más idóneos. IV. elaborar materiales propios. V. debe reunir cualidades personales de inflexibilidad, entusiasmo, conocimientos socioculturales e interculturales.
Están correctas, solamente: