Questões de Concurso
Para secretário
Foram encontradas 887 questões
Resolva questões gratuitamente!
Junte-se a mais de 4 milhões de concurseiros!
1 Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan azules, los astros, a lo lejos.» 4 El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 7 En las noches como esta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. 10 Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 13 Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. 16 La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. 19 Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. 22 Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 25 De otro, será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. 28 Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido. 31 Aunque este sea el último dolor que ella me causa, y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
Pablo Neruda. Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
De acuerdo con el verso veinticinco, para el vate
ella, a lo mejor, tiene otro compañero.
Chris Watts is scheduled to be in a Colorado court at 10 a.m. MST.
Shanann was reported missing August 13 after she missed a doctor’s appointment. Her husband initially appeared on television pleading for help finding his wife and daughters. Later, he admitted he murdered them. Despite the guilty plea, Watts’ parents said they believe there is more to the story. “It boils down to: I just want the truth of what really happened”, said Ronnie Watts, Chris’ father. “If he did it all, I can live with it. If he didn’t, I want him to fight for it”. Shanann’s family pushed back saying her memory and reputation should be protected. “Shanann was a wonderful soul. Everyone who knew Shanann knows this to be true. Even Chris Watts knows this to be true. Yet Chris Watts still chose to murder Shanann, Bella, Celeste, and Nico. Chris Watts still chose to dump the bodies of his own family in oil tanks. And Chris Watts still chose to lie about it until he could lie no more”. He pled guilty to murdering his family because he is guilty. In court Monday, Shanann’s parents will be allowed to speak. Watts is expected to receive life in prison without the chance of parole. His eligibility for the death penalty was removed as part of the plea deal.
(Disponível em: <https://abc13.com/us-world/>.)
According to the text, it is correct to say:
Como consequência dos diálogos estratégicos de alto nível empreendidos pelos chefes de governo, o intercâmbio comercial entre o Brasil e o Reino Unido mais que triplicou nos últimos dez anos, alçando o Brasil ao grupo dos dez principais parceiros comerciais do Reino Unido.
O governo do Reino Unido considera desafios para a realização de negócios no Brasil a complexidade do sistema fiscal; a alta carga tributária; a importância das relações pessoais; os altos níveis de corrupção e as longas viagens e variações culturais entre cidades e estados do Brasil.
Lúcia Miguel Pereira. História da literatura brasileira – Prosa de ficção – de 1870 a 1920. Rio de Janeiro: José Olympio/INL, 1973, 3.a ed., p. 53-5 (com adaptações)
Com relação a aspectos gramaticais do texto I, julgue (C ou E) o item que se segue.
Os sujeitos das formas verbais “varriam-se” (linha 31) e “afirmava-se” (linha 35) estão elípticos, e seu referente é a obra Memórias Póstumas de Brás Cubas.
Lúcia Miguel Pereira. História da literatura brasileira – Prosa de ficção – de 1870 a 1920. Rio de Janeiro: José Olympio/INL, 1973, 3.a ed., p. 53-5 (com adaptações)
Com relação a aspectos gramaticais do texto I, julgue (C ou E) o item que se segue.
A retirada do pronome oblíquo na oração “ele o possuiu inteiramente” (linha 52) preservaria a correção gramatical e o sentido original do texto.
1. Rosendo Maqui y la comunidad 1 ¡Desgracia! Una culebra ágil y oscura cruzó el camino, dejando en el fino polvo removido por los viandantes la canaleta leve de 4 su huella. Pasó muy rápidamente, como una negra flecha disparada por la fatalidad, sin dar tiempo para que el indio Rosendo Maqui empleara su machete. Cuando la hoja de acero 7 fulguró en el aire, ya el largo y bruñido cuerpo de la serpiente ondulaba perdiéndose entre los arbustos de la vera. ¡Desgracia! 10 Rosendo guardó el machete en la vaina de cuero sujeta a un delgado cincho que negreaba sobre la coloreada faja de lana y se quedó, de pronto, sin saber qué hacer. Quiso 13 al fin proseguir su camino, pero los pies le pesaban. Se había asustado, pues. Entonces se fijó en que los arbustos formaban un matorral donde bien podía estar la culebra. Era necesario 16 terminar con la alimaña y su siniestra agorería. Es la forma de conjurar el presunto daño en los casos de la sierpe y el búho. Después de quitarse el poncho para maniobrar con más 19 desenvoltura en medio de las ramas, y las ojotas para no hacer bulla, dio un táctico rodeo y penetró blandamente, machete en mano, entre los arbustos. Si alguno de los comuneros lo 22 hubiera visto en esa hora, en mangas de camisa y husmeando con un aire de can inquieto, quizá habría dicho: «¿Qué hace ahí el anciano alcalde? No será que le falta el buen sentido». Los 25 arbustos eran úñicos de tallos retorcidos y hojas lustrosas, rodeando las cuales se arracimaban —había llegado el tiempo— unas moras lilas. A Rosendo Maqui le placían, pero 28 esa vez no intentó probarlas siquiera. Sus ojos de animal en acecho, brillantes de fiereza y deseo, recorrían todos los vericuetos alumbrando las secretas zonas en donde la hormiga 31 cercena y transporta su brizna, el moscardón ronronea su amor, germina la semilla que cayó en el fruto rendido de madurez o del vientre de un pájaro, y el gorgojo labra inacabablemente su 34 perfecto túnel. Nada había fuera de esa existencia escondida. De súbito, un gorrión echó a volar y Rosendo vio el nido, acomodado de un horcón, donde dos polluelos mostraban sus 37 picos triangulares y su desnudez friolenta. El reptil debía estar por allí, rondando en torno a esas inermes vidas. El gorrión fugitivo volvió con su pareja y ambos piaban saltando de rama 40 en rama, lo más cerca del nido que les permitía su miedo al hombre. Éste hurgó con renovado celo, pero, en definitiva, no pudo encontrar a la aviesa serpiente. Salió del matorral y 43 después de guardarse de nuevo el machete, se colocó las prendas momentáneamente abandonadas —los vivos colores del poncho solían, otras veces, ponerlo contento— y continuó 46 la marcha. ¡Desgracia! Tenía la boca seca, las sienes ardientes y se sentía 49 cansado. Esa búsqueda no era tarea de fatigar y considerándolo tuvo miedo. Su corazón era el pesado, acaso. Él presentía, sabía y estaba agobiado de angustia. Encontró a poco un 52 muriente arroyo que arrastraba una diáfana agüita silenciosa y, ahuecando la falda de su sombrero de junco, recogió la suficiente para hartarse a largos tragos. El frescor lo reanimó 55 y reanudó su viaje con alivianado paso. Bien mirado —se decía—, la culebra oteó desde un punto elevado de la ladera el nido de gorriones y entonces bajó con la intención de 58 comérselos. Dio la casualidad de que él pasara por el camino en el momento en que ella lo cruzaba. Nada más. O quizá, previendo el encuentro, la muy ladina dijo: «Aprovecharé para 61 asustar a ese cristiano». Pero es verdad también que la condición del hombre es esperanzarse. Acaso únicamente la culebra sentenció: «Ahí va un cristiano desprevenido que no 64 quiere ver la desgracia próxima y voy a anunciársela». Seguramente era esto lo cierto, ya que no la pudo encontrar. La fatalidad es incontrastable. 67 ¡Desgracia! ¡Desgracia! Rosendo Maqui volvía de las alturas, a donde fue con el objeto de buscar algunas yerbas que la curandera había 70 recetado a su vieja mujer. En realidad, subió también porque le gustaba probar la gozosa fuerza de sus músculos en la lucha con las escarpadas cumbres y luego, al dominarlas, llenarse los 73 ojos de horizontes. Amaba los amplios espacios y la magnífica grandeza de los Andes. Gozaba viendo el nevado Urpillau, canoso y sabio como un antiguo amauta; el arisco y violento 76 Huarca, guerrero en perenne lucha con la niebla y el viento; el aristado Huilloc, en el cual un indio dormía eternamente de cara al cielo; el agazapado Puma, justamente dispuesto como 79 un león americano en trance de dar el salto; el rechoncho Suni, de hábitos pacíficos y un poco a disgusto entre sus vecinos; el eglógico Mamay, que prefería prodigarse en faldas coloreadas 82 de múltiples sembríos y apenas hacía asomar una arista de piedra para atisbar las lejanías; éste y ése y aquél y esotro… El indio Rosendo los animaba de todas las formas e intenciones 85 imaginables y se dejaba estar mucho tiempo mirándolos. En el fondo de sí mismo, creía que los Andes conocían el emocionante secreto de la vida.
Ciro Alegría. El mundo es ancho y ajeno.
A partir del fragmento expuesto, la cumbre
Puma se muestra al acecho.
1. Rosendo Maqui y la comunidad 1 ¡Desgracia! Una culebra ágil y oscura cruzó el camino, dejando en el fino polvo removido por los viandantes la canaleta leve de 4 su huella. Pasó muy rápidamente, como una negra flecha disparada por la fatalidad, sin dar tiempo para que el indio Rosendo Maqui empleara su machete. Cuando la hoja de acero 7 fulguró en el aire, ya el largo y bruñido cuerpo de la serpiente ondulaba perdiéndose entre los arbustos de la vera. ¡Desgracia! 10 Rosendo guardó el machete en la vaina de cuero sujeta a un delgado cincho que negreaba sobre la coloreada faja de lana y se quedó, de pronto, sin saber qué hacer. Quiso 13 al fin proseguir su camino, pero los pies le pesaban. Se había asustado, pues. Entonces se fijó en que los arbustos formaban un matorral donde bien podía estar la culebra. Era necesario 16 terminar con la alimaña y su siniestra agorería. Es la forma de conjurar el presunto daño en los casos de la sierpe y el búho. Después de quitarse el poncho para maniobrar con más 19 desenvoltura en medio de las ramas, y las ojotas para no hacer bulla, dio un táctico rodeo y penetró blandamente, machete en mano, entre los arbustos. Si alguno de los comuneros lo 22 hubiera visto en esa hora, en mangas de camisa y husmeando con un aire de can inquieto, quizá habría dicho: «¿Qué hace ahí el anciano alcalde? No será que le falta el buen sentido». Los 25 arbustos eran úñicos de tallos retorcidos y hojas lustrosas, rodeando las cuales se arracimaban —había llegado el tiempo— unas moras lilas. A Rosendo Maqui le placían, pero 28 esa vez no intentó probarlas siquiera. Sus ojos de animal en acecho, brillantes de fiereza y deseo, recorrían todos los vericuetos alumbrando las secretas zonas en donde la hormiga 31 cercena y transporta su brizna, el moscardón ronronea su amor, germina la semilla que cayó en el fruto rendido de madurez o del vientre de un pájaro, y el gorgojo labra inacabablemente su 34 perfecto túnel. Nada había fuera de esa existencia escondida. De súbito, un gorrión echó a volar y Rosendo vio el nido, acomodado de un horcón, donde dos polluelos mostraban sus 37 picos triangulares y su desnudez friolenta. El reptil debía estar por allí, rondando en torno a esas inermes vidas. El gorrión fugitivo volvió con su pareja y ambos piaban saltando de rama 40 en rama, lo más cerca del nido que les permitía su miedo al hombre. Éste hurgó con renovado celo, pero, en definitiva, no pudo encontrar a la aviesa serpiente. Salió del matorral y 43 después de guardarse de nuevo el machete, se colocó las prendas momentáneamente abandonadas —los vivos colores del poncho solían, otras veces, ponerlo contento— y continuó 46 la marcha. ¡Desgracia! Tenía la boca seca, las sienes ardientes y se sentía 49 cansado. Esa búsqueda no era tarea de fatigar y considerándolo tuvo miedo. Su corazón era el pesado, acaso. Él presentía, sabía y estaba agobiado de angustia. Encontró a poco un 52 muriente arroyo que arrastraba una diáfana agüita silenciosa y, ahuecando la falda de su sombrero de junco, recogió la suficiente para hartarse a largos tragos. El frescor lo reanimó 55 y reanudó su viaje con alivianado paso. Bien mirado —se decía—, la culebra oteó desde un punto elevado de la ladera el nido de gorriones y entonces bajó con la intención de 58 comérselos. Dio la casualidad de que él pasara por el camino en el momento en que ella lo cruzaba. Nada más. O quizá, previendo el encuentro, la muy ladina dijo: «Aprovecharé para 61 asustar a ese cristiano». Pero es verdad también que la condición del hombre es esperanzarse. Acaso únicamente la culebra sentenció: «Ahí va un cristiano desprevenido que no 64 quiere ver la desgracia próxima y voy a anunciársela». Seguramente era esto lo cierto, ya que no la pudo encontrar. La fatalidad es incontrastable. 67 ¡Desgracia! ¡Desgracia! Rosendo Maqui volvía de las alturas, a donde fue con el objeto de buscar algunas yerbas que la curandera había 70 recetado a su vieja mujer. En realidad, subió también porque le gustaba probar la gozosa fuerza de sus músculos en la lucha con las escarpadas cumbres y luego, al dominarlas, llenarse los 73 ojos de horizontes. Amaba los amplios espacios y la magnífica grandeza de los Andes. Gozaba viendo el nevado Urpillau, canoso y sabio como un antiguo amauta; el arisco y violento 76 Huarca, guerrero en perenne lucha con la niebla y el viento; el aristado Huilloc, en el cual un indio dormía eternamente de cara al cielo; el agazapado Puma, justamente dispuesto como 79 un león americano en trance de dar el salto; el rechoncho Suni, de hábitos pacíficos y un poco a disgusto entre sus vecinos; el eglógico Mamay, que prefería prodigarse en faldas coloreadas 82 de múltiples sembríos y apenas hacía asomar una arista de piedra para atisbar las lejanías; éste y ése y aquél y esotro… El indio Rosendo los animaba de todas las formas e intenciones 85 imaginables y se dejaba estar mucho tiempo mirándolos. En el fondo de sí mismo, creía que los Andes conocían el emocionante secreto de la vida.
Ciro Alegría. El mundo es ancho y ajeno.
A partir del fragmento expuesto, la cumbre
Suni vivía en armonía con sus homólogas.
1. Rosendo Maqui y la comunidad 1 ¡Desgracia! Una culebra ágil y oscura cruzó el camino, dejando en el fino polvo removido por los viandantes la canaleta leve de 4 su huella. Pasó muy rápidamente, como una negra flecha disparada por la fatalidad, sin dar tiempo para que el indio Rosendo Maqui empleara su machete. Cuando la hoja de acero 7 fulguró en el aire, ya el largo y bruñido cuerpo de la serpiente ondulaba perdiéndose entre los arbustos de la vera. ¡Desgracia! 10 Rosendo guardó el machete en la vaina de cuero sujeta a un delgado cincho que negreaba sobre la coloreada faja de lana y se quedó, de pronto, sin saber qué hacer. Quiso 13 al fin proseguir su camino, pero los pies le pesaban. Se había asustado, pues. Entonces se fijó en que los arbustos formaban un matorral donde bien podía estar la culebra. Era necesario 16 terminar con la alimaña y su siniestra agorería. Es la forma de conjurar el presunto daño en los casos de la sierpe y el búho. Después de quitarse el poncho para maniobrar con más 19 desenvoltura en medio de las ramas, y las ojotas para no hacer bulla, dio un táctico rodeo y penetró blandamente, machete en mano, entre los arbustos. Si alguno de los comuneros lo 22 hubiera visto en esa hora, en mangas de camisa y husmeando con un aire de can inquieto, quizá habría dicho: «¿Qué hace ahí el anciano alcalde? No será que le falta el buen sentido». Los 25 arbustos eran úñicos de tallos retorcidos y hojas lustrosas, rodeando las cuales se arracimaban —había llegado el tiempo— unas moras lilas. A Rosendo Maqui le placían, pero 28 esa vez no intentó probarlas siquiera. Sus ojos de animal en acecho, brillantes de fiereza y deseo, recorrían todos los vericuetos alumbrando las secretas zonas en donde la hormiga 31 cercena y transporta su brizna, el moscardón ronronea su amor, germina la semilla que cayó en el fruto rendido de madurez o del vientre de un pájaro, y el gorgojo labra inacabablemente su 34 perfecto túnel. Nada había fuera de esa existencia escondida. De súbito, un gorrión echó a volar y Rosendo vio el nido, acomodado de un horcón, donde dos polluelos mostraban sus 37 picos triangulares y su desnudez friolenta. El reptil debía estar por allí, rondando en torno a esas inermes vidas. El gorrión fugitivo volvió con su pareja y ambos piaban saltando de rama 40 en rama, lo más cerca del nido que les permitía su miedo al hombre. Éste hurgó con renovado celo, pero, en definitiva, no pudo encontrar a la aviesa serpiente. Salió del matorral y 43 después de guardarse de nuevo el machete, se colocó las prendas momentáneamente abandonadas —los vivos colores del poncho solían, otras veces, ponerlo contento— y continuó 46 la marcha. ¡Desgracia! Tenía la boca seca, las sienes ardientes y se sentía 49 cansado. Esa búsqueda no era tarea de fatigar y considerándolo tuvo miedo. Su corazón era el pesado, acaso. Él presentía, sabía y estaba agobiado de angustia. Encontró a poco un 52 muriente arroyo que arrastraba una diáfana agüita silenciosa y, ahuecando la falda de su sombrero de junco, recogió la suficiente para hartarse a largos tragos. El frescor lo reanimó 55 y reanudó su viaje con alivianado paso. Bien mirado —se decía—, la culebra oteó desde un punto elevado de la ladera el nido de gorriones y entonces bajó con la intención de 58 comérselos. Dio la casualidad de que él pasara por el camino en el momento en que ella lo cruzaba. Nada más. O quizá, previendo el encuentro, la muy ladina dijo: «Aprovecharé para 61 asustar a ese cristiano». Pero es verdad también que la condición del hombre es esperanzarse. Acaso únicamente la culebra sentenció: «Ahí va un cristiano desprevenido que no 64 quiere ver la desgracia próxima y voy a anunciársela». Seguramente era esto lo cierto, ya que no la pudo encontrar. La fatalidad es incontrastable. 67 ¡Desgracia! ¡Desgracia! Rosendo Maqui volvía de las alturas, a donde fue con el objeto de buscar algunas yerbas que la curandera había 70 recetado a su vieja mujer. En realidad, subió también porque le gustaba probar la gozosa fuerza de sus músculos en la lucha con las escarpadas cumbres y luego, al dominarlas, llenarse los 73 ojos de horizontes. Amaba los amplios espacios y la magnífica grandeza de los Andes. Gozaba viendo el nevado Urpillau, canoso y sabio como un antiguo amauta; el arisco y violento 76 Huarca, guerrero en perenne lucha con la niebla y el viento; el aristado Huilloc, en el cual un indio dormía eternamente de cara al cielo; el agazapado Puma, justamente dispuesto como 79 un león americano en trance de dar el salto; el rechoncho Suni, de hábitos pacíficos y un poco a disgusto entre sus vecinos; el eglógico Mamay, que prefería prodigarse en faldas coloreadas 82 de múltiples sembríos y apenas hacía asomar una arista de piedra para atisbar las lejanías; éste y ése y aquél y esotro… El indio Rosendo los animaba de todas las formas e intenciones 85 imaginables y se dejaba estar mucho tiempo mirándolos. En el fondo de sí mismo, creía que los Andes conocían el emocionante secreto de la vida.
Ciro Alegría. El mundo es ancho y ajeno.
A partir del fragmento expuesto, la cumbre
Urpillau nos trae a la memoria a un erudito canoso.
1. Rosendo Maqui y la comunidad 1 ¡Desgracia! Una culebra ágil y oscura cruzó el camino, dejando en el fino polvo removido por los viandantes la canaleta leve de 4 su huella. Pasó muy rápidamente, como una negra flecha disparada por la fatalidad, sin dar tiempo para que el indio Rosendo Maqui empleara su machete. Cuando la hoja de acero 7 fulguró en el aire, ya el largo y bruñido cuerpo de la serpiente ondulaba perdiéndose entre los arbustos de la vera. ¡Desgracia! 10 Rosendo guardó el machete en la vaina de cuero sujeta a un delgado cincho que negreaba sobre la coloreada faja de lana y se quedó, de pronto, sin saber qué hacer. Quiso 13 al fin proseguir su camino, pero los pies le pesaban. Se había asustado, pues. Entonces se fijó en que los arbustos formaban un matorral donde bien podía estar la culebra. Era necesario 16 terminar con la alimaña y su siniestra agorería. Es la forma de conjurar el presunto daño en los casos de la sierpe y el búho. Después de quitarse el poncho para maniobrar con más 19 desenvoltura en medio de las ramas, y las ojotas para no hacer bulla, dio un táctico rodeo y penetró blandamente, machete en mano, entre los arbustos. Si alguno de los comuneros lo 22 hubiera visto en esa hora, en mangas de camisa y husmeando con un aire de can inquieto, quizá habría dicho: «¿Qué hace ahí el anciano alcalde? No será que le falta el buen sentido». Los 25 arbustos eran úñicos de tallos retorcidos y hojas lustrosas, rodeando las cuales se arracimaban —había llegado el tiempo— unas moras lilas. A Rosendo Maqui le placían, pero 28 esa vez no intentó probarlas siquiera. Sus ojos de animal en acecho, brillantes de fiereza y deseo, recorrían todos los vericuetos alumbrando las secretas zonas en donde la hormiga 31 cercena y transporta su brizna, el moscardón ronronea su amor, germina la semilla que cayó en el fruto rendido de madurez o del vientre de un pájaro, y el gorgojo labra inacabablemente su 34 perfecto túnel. Nada había fuera de esa existencia escondida. De súbito, un gorrión echó a volar y Rosendo vio el nido, acomodado de un horcón, donde dos polluelos mostraban sus 37 picos triangulares y su desnudez friolenta. El reptil debía estar por allí, rondando en torno a esas inermes vidas. El gorrión fugitivo volvió con su pareja y ambos piaban saltando de rama 40 en rama, lo más cerca del nido que les permitía su miedo al hombre. Éste hurgó con renovado celo, pero, en definitiva, no pudo encontrar a la aviesa serpiente. Salió del matorral y 43 después de guardarse de nuevo el machete, se colocó las prendas momentáneamente abandonadas —los vivos colores del poncho solían, otras veces, ponerlo contento— y continuó 46 la marcha. ¡Desgracia! Tenía la boca seca, las sienes ardientes y se sentía 49 cansado. Esa búsqueda no era tarea de fatigar y considerándolo tuvo miedo. Su corazón era el pesado, acaso. Él presentía, sabía y estaba agobiado de angustia. Encontró a poco un 52 muriente arroyo que arrastraba una diáfana agüita silenciosa y, ahuecando la falda de su sombrero de junco, recogió la suficiente para hartarse a largos tragos. El frescor lo reanimó 55 y reanudó su viaje con alivianado paso. Bien mirado —se decía—, la culebra oteó desde un punto elevado de la ladera el nido de gorriones y entonces bajó con la intención de 58 comérselos. Dio la casualidad de que él pasara por el camino en el momento en que ella lo cruzaba. Nada más. O quizá, previendo el encuentro, la muy ladina dijo: «Aprovecharé para 61 asustar a ese cristiano». Pero es verdad también que la condición del hombre es esperanzarse. Acaso únicamente la culebra sentenció: «Ahí va un cristiano desprevenido que no 64 quiere ver la desgracia próxima y voy a anunciársela». Seguramente era esto lo cierto, ya que no la pudo encontrar. La fatalidad es incontrastable. 67 ¡Desgracia! ¡Desgracia! Rosendo Maqui volvía de las alturas, a donde fue con el objeto de buscar algunas yerbas que la curandera había 70 recetado a su vieja mujer. En realidad, subió también porque le gustaba probar la gozosa fuerza de sus músculos en la lucha con las escarpadas cumbres y luego, al dominarlas, llenarse los 73 ojos de horizontes. Amaba los amplios espacios y la magnífica grandeza de los Andes. Gozaba viendo el nevado Urpillau, canoso y sabio como un antiguo amauta; el arisco y violento 76 Huarca, guerrero en perenne lucha con la niebla y el viento; el aristado Huilloc, en el cual un indio dormía eternamente de cara al cielo; el agazapado Puma, justamente dispuesto como 79 un león americano en trance de dar el salto; el rechoncho Suni, de hábitos pacíficos y un poco a disgusto entre sus vecinos; el eglógico Mamay, que prefería prodigarse en faldas coloreadas 82 de múltiples sembríos y apenas hacía asomar una arista de piedra para atisbar las lejanías; éste y ése y aquél y esotro… El indio Rosendo los animaba de todas las formas e intenciones 85 imaginables y se dejaba estar mucho tiempo mirándolos. En el fondo de sí mismo, creía que los Andes conocían el emocionante secreto de la vida.
Ciro Alegría. El mundo es ancho y ajeno.
A partir del fragmento expuesto, la cumbre
Mamay era la que más prodigaba la vida en la urbe.
M. Said Ali. Prólogo da Lexeologia do português histórico, 1.ª ed. 1921. In: Gramática histórica da língua portuguesa. 8.ª ed. rev. e atual. por Mário Eduardo Viaro. São Paulo: Companhia Melhoramentos; Brasília, DF: Editora Universidade de Brasília, 2001, p. 17-8 (com adaptações)
Julgue (C ou E) o item a seguir, a respeito de elementos coesivos e do vocabulário do texto de M. Said Ali.
As formas verbais “sucumbe” (linha 25) e “desterrando” (linha 42), que poderiam ser corretamente substituídas, respectivamente, por não resiste e livrando-se de, foram assim empregadas no texto: a primeira, em sentido denotativo, e a segunda, em sentido conotativo.
Andrew F. Cooper. The changing nature of diplomacy. In: Andrew F. Cooper and Jorge Heine. The Oxford Handbook of Modern Diplomacy. Oxford: Oxford University Press, 2013. p. 36 (adapted).
In relation to the content and the vocabulary of the text, decide whether the following statements are right (C) or wrong (E).
As far as textual unity is concerned, “Yet” provides a transition from the first to the second paragraphs, and establishes a contrast between the ideas in each of them.
Yet, while the theme of complexity radiates through the pages of this book, changed circumstances and the 19 stretching of form, scope, and intensity do not only produce fragmentation but centralization in terms of purposive acts. Amid the larger debates about the diversity of principals, 22 agents, and intermediaries, the space in modern diplomacy for leadership by personalities at the apex of power has expanded. At odds with the counter-image of horizontal breadth with an 25 open-ended nature, the dynamic of 21st-century diplomacy remains highly vertically oriented and individual-centric.
To showcase this phenomenon, however, is no to 28 suggest ossification. In terms of causation, the dependence on leaders is largely a reaction to complexity. With the shift to multi-party, multi-channel, multi-issue negotiations, with 31 domestic as well as international interests and values in play, leaders are often the only actors who can cut through the complexity and make the necessary trade-offs to allow 34 deadlocks to be broken. In terms of communication and other modes of representation, bringing in leaders differentiates and elevates issues from the bureaucratic arena.
37 In terms of effect, the primacy of leaders reinforces elements of both club and network diplomacy. In its most visible manifestation via summit diplomacy, the image of club 40 diplomacy explicitly differentiates the status and role of insiders and outsiders and thus the hierarchical nature of diplomacy. Although “large teams of representatives” are 43 involved in this central form of international practice, it is the “organized performances” of leaders that possess the most salience. At the same time, though, the galvanizing or catalytic 46 dimension of leader-driven diplomacy provides new avenues and legitimation for network diplomacy, with many decisions of summits being outsourced to actors who did not participate 49 at the summit but possess the technical knowledge, institutional credibility, and resources to enhance results.
Andrew F. Cooper. The changing nature of diplomacy. In: Andrew F. Cooper and Jorge Heine. The Oxford Handbook of Modern Diplomacy. Oxford: Oxford University Press, 2013. p. 36 (adapted).
In relation to the content and the vocabulary of the text, decide whether the following statements are right (C) or wrong (E).
From the third paragraph, it is correct to infer that the more complex the diplomatic scenario, the more necessary the presence of leaders is.
Em um modelo de dotação relativa de fatores em que os fatores modelados sejam o trabalho qualificado e o não qualificado, o aumento salarial provocado por uma intensa demanda relativa por trabalho não qualificado e associado a baixos níveis de produtividade poderia explicar a chamada armadilha da renda média em países relativamente abundantes em trabalho não qualificado.
7 Reece Mews was tiny, and apart from the studio 16 consisted of two rooms — a kitchen that contained a bath, and a living room that doubled as a bedroom. The studio had one skylight, and Bacon usually worked there in the mornings. He 19 tried to paint elsewhere — in South Africa, for example, when he was visiting family, but couldn’t. (Too much light, was the rather surprising objection.) He liked the size and general 22 frugality, too.
Dawson recognised that the studio was the making of Bacon’s art in a more profound sense than just being a 25 comfortable space to paint in, and determined that it should not be dismantled. John Edwards, to whom Bacon had bequeathed Reece Mews, felt similarly, and after months of painstaking 28 cataloguing by archaeologists, conservators and photographers, the Hugh Lane Gallery took delivery of the studio, in 1998. It was opened to the public in 2001.
31 What is visible now, in a climate-controlled corner of the gallery, a gracious neo-classical building on Parnell Square in Dublin, is in fact a kind of faithful “skin” of objects; the 34 tables and chairs have all been returned to their original places, the work surfaces seem as cluttered as they were — but the deep stuff, the bedrock, has been removed and is kept in 37 climate-controlled archival areas. In the end, there were 7,500 items — samples of painting materials, photographs, slashed canvasses, umpteen handwritten notes, drawings, books, 40 champagne boxes.
Bacon was homosexual at a time when it was still illegal, and while he was open about his sexuality, his notes for 43 prospective paintings refer to “bed[s] of crime]”, and his homosexuality was felt as an affliction, says Dawson. It wasn’t easy. The sense of guilt is apparent in his work, as well as his 46 fascination with violence. “His collections of pictures, dead bodies, or depictions of violence — he’s not looking at violence from the classic liberal position”. It was all, concedes 49 Dawson, accompanied by intellectual rigour, and an insistent attempt at objectivity — “he’s trying to detach from himself as well.”
52 Everything was grist, and in his studio even his own art fed other art. He returned to his own work obsessively, repeating and augmenting. And of course, he responded 55 negatively — and violently — as well as positively; a hundred is a lot of slashed canvasses to keep around you when you’re working, especially when they are so deliberately slashed. In 58 a way, all this might serve as a metaphor for the importance of our understanding of his studio as a whole.
Aida Edemarian. Francis Bacon: box of tricks. Internet: <www.theguardian.com> (adapted).
Decide whether the statements below are right (C) or wrong (E) according to the ideas and facts mentioned in the text.
Bacon believed that his inability to work in South Africa was due to the visits of his relatives.
7 Reece Mews was tiny, and apart from the studio 16 consisted of two rooms — a kitchen that contained a bath, and a living room that doubled as a bedroom. The studio had one skylight, and Bacon usually worked there in the mornings. He 19 tried to paint elsewhere — in South Africa, for example, when he was visiting family, but couldn’t. (Too much light, was the rather surprising objection.) He liked the size and general 22 frugality, too.
Dawson recognised that the studio was the making of Bacon’s art in a more profound sense than just being a 25 comfortable space to paint in, and determined that it should not be dismantled. John Edwards, to whom Bacon had bequeathed Reece Mews, felt similarly, and after months of painstaking 28 cataloguing by archaeologists, conservators and photographers, the Hugh Lane Gallery took delivery of the studio, in 1998. It was opened to the public in 2001.
31 What is visible now, in a climate-controlled corner of the gallery, a gracious neo-classical building on Parnell Square in Dublin, is in fact a kind of faithful “skin” of objects; the 34 tables and chairs have all been returned to their original places, the work surfaces seem as cluttered as they were — but the deep stuff, the bedrock, has been removed and is kept in 37 climate-controlled archival areas. In the end, there were 7,500 items — samples of painting materials, photographs, slashed canvasses, umpteen handwritten notes, drawings, books, 40 champagne boxes. Bacon was homosexual at a time when it was still illegal, and while he was open about his sexuality, his notes for 43 prospective paintings refer to “bed[s] of crime]”, and his homosexuality was felt as an affliction, says Dawson. It wasn’t easy. The sense of guilt is apparent in his work, as well as his 46 fascination with violence. “His collections of pictures, dead bodies, or depictions of violence — he’s not looking at violence from the classic liberal position”. It was all, concedes 49 Dawson, accompanied by intellectual rigour, and an insistent attempt at objectivity — “he’s trying to detach from himself as well.”
52 Everything was grist, and in his studio even his own art fed other art. He returned to his own work obsessively, repeating and augmenting. And of course, he responded 55 negatively — and violently — as well as positively; a hundred is a lot of slashed canvasses to keep around you when you’re working, especially when they are so deliberately slashed. In 58 a way, all this might serve as a metaphor for the importance of our understanding of his studio as a whole.
Aida Edemarian. Francis Bacon: box of tricks. Internet: <www.theguardian.com> (adapted).
Decide whether the statements below are right (C) or wrong (E) according to the ideas and facts mentioned in the text.
The two driving forces behind the Hugh Lane Gallery project were Dawson and Edwards.
Aida Edemarian. Francis Bacon: box of tricks. Internet: <www.theguardian.com> (adapted).
Decide whether the statements below are right (C) or wrong (E) according to the ideas and facts mentioned in the text.
Bacon left part of his properties to Edwards.
Aida Edemarian. Francis Bacon: box of tricks. Internet: <www.theguardian.com> (adapted).
Decide whether the statements below are right (C) or wrong (E) according to the ideas and facts mentioned in the text.
The author of the text claims that the fact that George Michael liked having his profile photographed revealed a lot about his personality.